miércoles, 10 de diciembre de 2014

Prefiero correr

Salida. Hace frío, pero eso no me importa demasiado porque lo que llevo dentro quema demasiado y soy incapaz de sacarlo. Tampoco le dedico ni un momento. Prefiero correr. Así que sigo acelerando. Lo cierto es que en el recorrido de hoy no me importaría mucho si me llevara a alguien por delante o si tirara a cualquiera a la fuente del parque. Soy como un vendaval. Pero los esquivo a todos porque no quiero más voces en mi cabeza.

Quinientos metros. Duele cuando la gente nos hace daño pero a mí me duele más cuando el mal lo he causado yo. Esto arde, sigue sin querer salir de mí, por lo que corriendo como si no hubiera un mañana, esperando que al final del trayecto encuentre lo que estoy buscando, una solución, un perdón.

Primer kilómetro. Con cada paso siento el peso de la culpa ¿Sabes lo que es la impotencia? Esa bola de fuego que nace en el estómago y cuyo calor se extiende por resto del cuerpo quemándote por dentro. Intenta escapar por la garganta mientras sabes que no puede salir de ahí porque no debe o porque aunque salga no va a servir de nada o solo va a empeorar las cosas. Esa tensión sobre la sienes de la frente, esa rabia contenida en tus manos temblorosas e inquietas con intención de hacer algo pero finalmente sin hacer nada. En realidad, entiendes que no es el mejor momento para tratar de llevar a cabo ninguna estrategia, porque más que pensar con la cabeza piensas con los puños.

Segundo kilómetro. Demasiada presión. Pienso que estoy buscando más que su perdón, también busco el mío, pero disculparme a mí mismo va a ser más complicado aún. Solo hay eso. Impotencia. Rabia. Luego viene esa tristeza derramándose por los ojos y esa baba tan espesa generada a causa de querer decir tantas cosas mientras te vas dando cuenta de que no vas a poder decir nada. Solo son un montón de palabras encerradas en tu boca y que al intentar tragarlas se colapsan en un enorme tráfico en la garganta.

Tercer kilómetro. Si paro de correr no sé lo que puede pasar, lo que puedo pensar o hacer. O si me voy a derrumbar. Esto funciona, pero tengo miedo del resultado de esa impotencia contenida que he amansado gracias a las fuerzas que aún le quedaban a mis piernas.

Meta. Reduzco poco a poco la velocidad cuando veo a lo lejos las escaleras de su casa. No tenía intención de llegar aquí pero mis pies me están conducido hasta su puerta para saldar mis cuentas, para recuperar a mi hermano. Aún quedan rastros del dolor pero siento que puedo con ello. Voy llegando con el aliento entrecortado. Cuando me detenga, ya sin miedo a lo que pueda venir después, sé que estaré bien y que la impotencia se habrá esfumado como el humo. Finalmente paro ante su puerta. Respiro profundamente y miro al horizonte, a ese cielo azul que no me había dado cuenta de que estaba porque en mi vida solo había nubes. Ahora con la mente fría, a pesar de que temo lo que pueda pasar, sé que es momento de hacer lo correcto. Toda mi vida he preferido correr, huir y escapar los problemas. Pero hoy, por primera vez, me voy a enfrentar a todo sin miedo.

No hay comentarios: