Cuatro
paredes blancas enjaulan el palpitar mis palabras, ecos que resuenan en el
corazón de mis apóstoles. Un elegido, quizás el destino de mi propia vida y, si
hay suerte, un hombre más. Mi pasado se escapa de las arenas del
conocimiento y el tiempo es la más absurda de las creaciones. El ayer y el hoy
son dos cuerpos que se atraen, procrean rompiendo los límites de vuestra
moralidad, y el futuro nace alimentándose con una dieta rica en pastillas y
polvos de nunca jamás.
Y
en verdad os digo, hermanos, que el amor es libre y se escapa a la posesión de
los seres inhumanos. ¿Quiénes somos para tener derecho a enamorarnos? Pues en
la muerte, vosotros, encontraréis el fin de vuestras banales pasiones. Yo me
quedaré a guardar los secretos que se esconden bajo vuestras tumbas, pues
resucitaré a los tres días, puesto hasta las cejas. La vida es un vicio tan
adictivo que, aunque la estoy dejando, no creo que lo consiga. Sangre y carne a
partes iguales forman el festín de los dioses que creáis en vuestras
ignorantes pesadillas.
¿Qué
me hace ser menos que vuestro inútil señor? ¡Que me lleven detenido por gritar
a los gusanos que seguirán arrastrándose hasta pudrirse como lo hacen nuestras
almas por estos yermos horizontes! ¿Dónde quedaron vuestras ganas de respirar?
¡Que arda tres veces en el infierno aquel que durmió pudiendo vivir!
¡Soy
mi propio pastor y nada me falta!
Evaristo García acabó
siendo sedado por el alboroto que provocó en el interior de su celda acolchada,
aislado del resto de pacientes del manicomio, en la soledad más absoluta. Su
camisa de fuerza fue la única compañera que le acompañó hasta el fin de sus
días.
Drizzt Beleren
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