jueves, 11 de diciembre de 2014

Jesucristo García

Cuatro paredes blancas enjaulan el palpitar mis palabras, ecos que resuenan en el corazón de mis apóstoles. Un elegido, quizás el destino de mi propia vida y, si hay suerte, un hombre más. Mi pasado se escapa de las arenas del conocimiento y el tiempo es la más absurda de las creaciones. El ayer y el hoy son dos cuerpos que se atraen, procrean rompiendo los límites de vuestra moralidad, y el futuro nace alimentándose con una dieta rica en pastillas y polvos de nunca jamás.

Y en verdad os digo, hermanos, que el amor es libre y se escapa a la posesión de los seres inhumanos. ¿Quiénes somos para tener derecho a enamorarnos? Pues en la muerte, vosotros, encontraréis el fin de vuestras banales pasiones. Yo me quedaré a guardar los secretos que se esconden bajo vuestras tumbas, pues resucitaré a los tres días, puesto hasta las cejas. La vida es un vicio tan adictivo que, aunque la estoy dejando, no creo que lo consiga. Sangre y carne a partes iguales forman el festín de los dioses que creáis en vuestras ignorantes pesadillas.

¿Qué me hace ser menos que vuestro inútil señor? ¡Que me lleven detenido por gritar a los gusanos que seguirán arrastrándose hasta pudrirse como lo hacen nuestras almas por estos yermos horizontes! ¿Dónde quedaron vuestras ganas de respirar? ¡Que arda tres veces en el infierno aquel que durmió pudiendo vivir!

¡Soy mi propio pastor y nada me falta!

Evaristo García acabó siendo sedado por el alboroto que provocó en el interior de su celda acolchada, aislado del resto de pacientes del manicomio, en la soledad más absoluta. Su camisa de fuerza fue la única compañera que le acompañó hasta el fin de sus días.



Drizzt Beleren

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