No sabía cómo había llegado allí. Supe
dónde estaba en el momento en el que desperté, era la ciudad de Anæ. Había
leído muchas historias sobre ese inhóspito lugar. Algunas decían que era mejor
morir quemado que entrar allí y otras que podías entrar pero nadie había
conseguido volver a la civilización. Cuando recordé esas historias comprendí
que mi futuro era incierto. No sabía cómo había llegado hasta allí, solo que donde
estaba podía ver esos enormes edificios de los que tanto había leído.
Estaba seguro, era la ciudad de Anæ. En
ese momento me di cuenta de que no podía quedarme mucho tiempo en ese callejón
oscuro, era peligroso. Salí a lo que me pareció una calle principal pero estaba
tan oscura como el frío callejón. Miré al cielo y era de noche aunque en mi
reloj eran las 10 de la mañana. Esto era peor de lo que contaban los libros.
De repente sentí un escalofrío, algo
iba mal. Respire por un momento pero casi sin darme cuenta estaba entre dos
hombres que me golpeaban. El dolor era mil veces más fuerte que lo que había
sentido antes. Sabía lo que iba a pasar, me iban a raptar, este era mi final y
jamás podría contarlo, ni tampoco mi historia. Había leído que les gustaban los
forasteros, que alimentaban a sus hijos con nuestras entrañas. Solo de
imaginármelo sentí nauseas. Quería morir ahí mismo, dejar de sentir dolor.
En la ciudad de Anæ iba a morir, solo,
sin saber cómo había llegado hasta ahí, sin contar mi historia, sin haber hecho
nada. Pensando en lo que me iba a pasar, me dormí, creo que me habían drogado, quizá
para poder matarme sin resistencia. Eso fue lo último que pensé antes de caer
sobre el suelo frío y húmedo de un edificio enorme en la ciudad de Anæ.
No sé cuánto tiempo dormí pero cuando
desperté ya no llevaba mi ropa. Un traje negro cubría mi cuerpo. Se me hacía
raro que aún no me hubieran matado. Fue en ese momento cuando llegaron, eran
esos dos hombres que me habían raptado pero ahora parecían otros, vestían el
mismo traje que yo y se habían aseado.
Me cogieron y me llevaron a una sala. Estaba
llena de gente, todos iguales, vestidos de negro. Me sentaron y fue entonces
cuando escuché su voz: “Dad la bienvenida al salvador, a nuestro Dios, el que
nos ayudará a convertir esta ciudad en lo que fue antes, un lugar mejor”. Todos
se arrodillaron ante mi estupefacción. ¿Qué estaba pasando?
En la ciudad de Anæ, aquella de la que
había leído tantas horribles historias, yo era alguien. Esta iba a ser mi
historia.
Sarasvati
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