El aire que expulsaban sus fosas nasales hacía
vibrar los pelos de un descuidado bigote, que el paso del tiempo hizo cada vez
más rebelde. Sus arrugadas manos realizaban movimientos seguros, atrás quedaron
ya los años de ensayo y error, pues pocas curvas le quedaban ya a su viaje. La
llama iba consumiendo los últimos centímetros de la mecha que un día prendió
entre la mirada de un joven apasionado y amante de los libros. Ahora trataba de
provocar el ardor que el sintió en las pupilas de su nieto, antes de que fuese
tarde.
Aquella tarde, manteniendo la costumbre de los
jueves, él enrocaba su rey aprovechando la salida de los alfiles; enfrente, el
pupilo por el que corría su sangre, que ya estaba acostumbrado a aquella jugada,
respondió sin titubear. Poco a poco germinaba una sonrisa en sus frescos y
jóvenes labios.
¿Quedaba esperanza para este mundo? ¿Se podía
albergar en esta generación que ansía por vivir deprisa? No era capaz de
adivinar si podrían transformar la realidad aquellos que quieren saber el final
del libro sin haberlo leído, los que preguntan a qué sabe antes de haberlo
probado, los que desean que salga la luna nada más nacer el día.
Sus ochenta primaveras le habían enseñado a
caer, a llorar, a gritarle al mundo que era estúpido. Nunca se detuvo en su
afán de crear y de hacer de su alrededor un sitio mejor. En su adolescencia
soñó ser el capitán de la revolución; a los veinte, el poeta que crea nuevas
formas de pensar; a los treinta, el huracán que hizo caer al patrón; a los cincuenta,
los eslabones que tejiesen una red de solidaridad vecinal; y ahora… Ahora se
conformaba con explicarle a la nueva esperanza en qué falló.
Pero la sonrisa que sus labios iban dibujando
tuvo que abandonar el campo de batalla, para dar lugar a la sorpresa. El
enroque simplemente había sido una maniobra de distracción y, ahora, ya nada
podía hacer contra aquel peón que, en solitario, iría hasta el mismo infierno
con tal de recuperar a su reina.
¿De qué habría servido avisarle? Pues volvería a
repetirlo si todavía daba tiempo a jugar una vez más. La esperanza para saltar
la verja se encuentra en el último tropiezo que dimos.
Drizzt Beleren
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