jueves, 18 de diciembre de 2014

Locura - Parte 3: La caída

En la ciudad de los pensamientos y las ideas fugitivas que apenas te rozan con dedos helados, las ocasiones de pasar a la acción eran raras. Acomodado en mi nueva posición, dejaba que mi yo anterior se fundiese con la niebla, alzándose entre las copas de los edificios que plagaban aquel lugar.

No hace falta decir que en la ciudad de Anæ,  se nace con la droga fluyendo en sangre. Bueno, no se nace. Nadie nace allí. La gente aparece un día y solo unos pocos consiguen abandonar el lugar. Cierta flor que crece en la cordillera de Kerna garantiza un mínimo de 56 horas de abstracción absoluta, de amnesia posterior y, por supuesto, de ausencia total de responsabilidad.

Así vivíamos, en una nube de caras borrosas y peleas sin sangre. Sin embargo, una especie de revuelta contra la nada cortó la entrada de la pócima mágica en la ciudad.  Si la sobriedad significa calma, no es así en la ciudad de Anæ.

Una especie de locura general se extendió como la pólvora en cuestión de ¿horas? En algún punto había perdido mi reloj. Unidos en un nuevo delirio común, rechazaban mi autoridad, hasta entonces tan valorada.  Los hombres de negro me buscaban entre las calles resbaladizas y yo lo sabía. Mi única opción era correr entre la multitud e intentar  salir de allí o esconderme.

Mientras recorría una de las pocas calles que podían albergar a más de dos personas a la vez, vi cómo uno de ellos se acercaba hacia mí. En un intento desesperado de salvarme, me cubrí la cabeza con los brazos y esperé. Sin embargo, pocos segundos después, sentí  unas manos de acero descubriendo mi rostro. Me encontré ante unas pupilas que inundaban lo que había sido alguna vez un iris verde y  una voz que me preguntó: ¿quién eres?


Caí de rodillas. Todo volvía a estar en calma en la ciudad de Anæ. A mi alrededor, todo era silencio. ¿Quién era y cómo había llegado hasta allí?
Djalí

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