viernes, 19 de diciembre de 2014

Locura - Parte 4: El plan de huida

Fue como volver a nacer. Como volver a caer en el frío y sucio suelo de esta ciudad desconcertado y sin saber de nuevo que iba a ser de mi suerte. Sin embargo, la oportunidad de vivir que se me había brindado no iba a dejarla escapar. El gran hombre de esos casi imperceptibles ojos verdes y de tez africana con una cicatriz que le atravesaba su mejilla derecha, se dio la vuelta y marchó hacia delante tal y como hicieron los otros aturdidos. Como si hubieran olvidado lo que tenían pensado hacer. Yo ya no era nadie para ellos, ni amenaza ni autoridad. El ambiente neblino y oscuro de la Ciudad de Anæ debía tener un componente clave que de tanto en tanto borraba cada uno de los pensamientos y emociones de sus habitantes para mantener esa locura en un modo estable que apaciguara cualquier intento de modificar el ritmo que marcaba los acontecimientos que sucedían en sus calles. Así, ladrones, asesinos, ratas callejeras, pordioseros, monstruos y criaturas amorfas volvían al punto de retorno por el cual estaban atrapados allí. Pero yo realmente era distinto. La Ciudad de Anæ no había podido surtir sus efectos en mí y eso me daba una esperanza, la de poder salir de aquella pesadilla que antes solo existía en mis libros y que ahora se había convertido en mi realidad.

Decidí no volver con los hombres de negro de los cuales sabía que me estaban buscando para volver al lugar al que según ellos pertenecía para guiarlos, y que nunca me dejarían salir. Me decanté por aquel grupo de gente y criaturas que habían optado dejarme vivir al desaparecer de su cabeza la idea de eliminarme. Abandoné el poder de la Ciudad de Anæ para unirme a la más baje clase de los escombros de su vertedero. Caminé deprisa y me coloqué al lado del hombre negro y ojos verdes que parecía ser el cabecilla de la banda. Uno de ellos me dijo que al hombre negro lo llamaban Aba, que significa Padre. Él cuidaba de ellos y, cuando sus locas cabezas cedían, los organizaba. Llegamos a esos edificios más bajos y en peor estado de la periferia donde residían cuando no estaban robando o asesinando. Los mercaderes corruptos que estaban haciendo negocios de dinero negro en aquella calle me miraron extraño, solo esperaba que no fueran los ojos y oídos de los hombres de negro. Aba me dejó entrar en su casa al verme perdido. Me acogió a cambio de convertirme en uno de aquellos malhechores que como yo, cuando llegaban aquí no sabían qué hacer, y yo acepté.

Entonces llegó a la casa una joven con un tatuaje de un sol en la palma de su mano, de piel, ojos y pelo oscuro. Parecía de raza gitana. Alguien que realmente imponía respeto con solo pasar a su lado. Su nombre era Damaris, la ahijada de Aba. Durante la cena a la luz de unas velas que ahuyentaban por unos minutos la penetrante oscuridad de la Ciudad de Anæ estuvimos hablando sobre los muchos pasadizos que aquel grupo de maleantes usaba para hacer de las suyas desplazándose por la ciudad con mayor facilidad. Aba estuvo hablando de las hazañas de Damaris para mantenerse vivos y con comida cada día, a cualquier precio y sin remordimientos, pero preservando a la que ahora era su familia con vida en las peligrosas calles de esta ciudad llena de distintas bandas sedientas de sangre. Era un mujer realmente valiente. Al acabar de cenar, Damaris y yo nos quedamos hablando solos. Le comenté mi curiosidad a cerca de su tatuaje y me confesó que lo que más echaba de menos desde que estaba allí era la luz, que haría cualquier cosa por volver a verla, por volver a sentir el calor de los rayos de sol en su piel morena. Le pregunté por los pasadizos, de si sabía de algún modo de huir de este infierno real sacado de libros y leyendas. Sin saber por qué y sin acordarse de lo que yo había significado para este lugar hacía no tanto, confió en mi y me contó que había una de esas galerías subterráneas llenas de trampas y, a veces con matones al servicio de los hombres de negro que controlaban la ciudad, que parecía dar al exterior de los muros. Pero no solo era la más custodiada, sino también las más peligrosa. Entonces, le cogí la mano y le dije: “¿Estás preparada para salir de aquí? Huye conmigo y deja la Cuidad de Anæ atrás".

Alicia Salazar

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