lunes, 15 de diciembre de 2014

Locura - Prólogo: "En la ciudad de Anæ"

En la ciudad de Anæ, capilal de Nәnor, apenas brilla el sol. Oscura y soberbia, reina la vasta meseta central de la rocosa cordillera de Kerna. Escondida entre la niebla para la eternidad, es un rompecabezas para los viajeros, que no la pueden ver hasta que no se encuentran a una distancia ridícula de sus altos y agresivos muros. Quien la visita por primera vez palidece de la impresión, y muchos de estos visitantes imprudentes dan media vuelta, sobrecogidos, antes de confirmar lo que su desafiante exterior sugiere.

En la ciudad de Anæ, grandes edificios dominan el cielo. Intentan escapar de la niebla en busca de aire limpio, pero se pierden en el intento de ver el horizonte. Sus formas, variadas y anormales, apenas pueden imaginarse desde las calles, alimentando las peores ilusiones. Locos de todo tipo han avivado rumores acerca de maldiciones, rituales, presencias, seres extraños y etéreos y todo tipo de extrañezas dentro de cada extravagante muro. Gracias a ello su nombre causa inquietud en gran parte del Territorio Civilizado, e incluso en la parte externa del inhóspito Territorio Salvaje. En cambio, a los habitantes de Anæ no les sorprendería que la mitad de los rumores fueran ciertos, y tantos otros que se niegan a decir en voz alta.

En la ciudad de Anæ, seres de todo tipo buscan cobijo entre la incertidumbre de sus calles. La noche es casi constante, sólo intercalada por periodos de niebla más clara que duran lo que tarda el sol en recorrer la distancia entre las montañas que la encierran en la lejanía. Bajo la protección de esta oscuridad, los mercados negros prosperan en cada callejuela de la irregular ciudad. Las avenidas amplias apenas son frecuentadas, y son sin duda las más peligrosas. Una multitud de formas extrañas deambula por sus estrechas calles de manera constante. Seres grotescos bicéfalos, anfibios, reptiles, alados, escamados, gelatinosos, titánicos o enanos discuten en raras lenguas y regatean con total normalidad sobre las más horribles mercancías, vivas o muertas, que llevan a sus extraños hogares con diversas intenciones.

En la ciudad de Anæ, las desapariciones, los robos y los asesinatos son el pan de cada día. Las peleas son frecuentes, incluso normales, y no sólo en los abundantes tugurios de mala muerte que proliferan en los callejones. Éstas, al menos, suelen acabar rápido, generalmente para mal. Nadie hace preguntas. Diferentes gremios de diferentes razas abarcan diferentes negocios turbios de la ciudad, que nadie se atreve a poner en duda, ¿quién pondría en riesgo el tenso equilibrio que mantiene las cosas en una extraña paz? Yo no, sin duda.

En la ciudad de Anæ, donde entran muchas más personas de las que salen, no hay orden ni legalidad. Capital de un reino olvidado y en decadencia, la podredumbre se ha acumulado en sus órganos que, vacíos de todo poder real, sólo sirven para aparentar y enriquecer a base de sobornos a unos y a otros, los que mueven los hilos en realidad.

En la ciudad de Anæ, donde ocurren todas estas cosas, desperté. Y deseé no haberlo hecho jamás.

MELO

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