Las gotas van cayendo una a una sobre mi rostro.
Luego se deslizan suaves por mis mejillas hasta acabar saltando al infinito.
Llevadas por la monotonía de su trayecto, viendo el pozo sin fondo que espera
al final, deciden actuar frías y faltas de sentimiento. Sin embargo, su
semblante permanece calmado pero lleno de sentimiento. No puedo verlo, pero sí
puedo sentirlo.
Aquí, bajo la tormenta, es todo oscuridad. Los
ruidos suenan lejos, camuflados entre los gemidos de una soledad extraña.
¿Dónde estoy? La libertad se perdió en este laberinto de derrotas y mi alma se
cansó de pelear contra el olvido. Ahora, tumbada, acepto el golpear del suave rocío
de esta mañana en la que el sol no se atrevió a salir. A pesar de que sé que tú
estás ahí.
A lo lejos, un breve fulgor se abre paso en este
mar de negras ilusiones. Es una cálida ola de esperanza que va borrando la
decoración de este maldito lugar. La lluvia, en vez de amainar, arrecia. Y poco
a poco, voy siendo engullida por la supernova que explota ante mi mirada.
Estás ahí. Tú y tus ojos vidriosos que me rompen
el alma en los suficientes pedazos como para estallar en un solo abrazo. Sobre
mi cara están las lágrimas que llovieron, y sobre mi corazón está tu pecho
latiendo fuerte, diciéndome que ya pasó todo. Hoy el amanecer será contigo,
tras tres años dormida sin poder verte. Tres años sufriendo la lluvia de tu
soledad.
Drizzt Beleren
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