Ahora que respiro sobre tu piel, puedo
confesarte que siento celos del viento. Él, que siempre ha portado tu fragancia
expandiéndola injustamente entre el resto de mortales, poco a poco va erizando
mi piel.
Ahora que soy capaz de rozar con mis dedos tu
cuerpo, sin despertar con nada más que la angustia entre mis manos, quisiera
detener el tiempo y ahorcar a los dioses que nos ahogan en su vorágine eterna.
Ahora que consigo que mis palabras alcancen tus
oídos, permaneces aquí callada, sin nada que poder decir, sin nada que poder
sentir.
Ahora que al fin mis lágrimas brotaron sobre tu
piel te despides del mundo. Siento celos de la muerte, que se te lleva entre
sus garras para alejarte de mis llantos. Te vas sin saber que te amé en la
distancia, lejos del horror de tu vida, ajeno a la violencia que el amor te
hizo sufrir.
Ahora, déjame tener, al menos una última vez,
celos de tu corazón; pues dejó de latir a la par que marchaste, como tanto
desea mi alma en estos instantes.
Hasta siempre.
Drizzt Beleren
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