jueves, 23 de abril de 2015

En el laberinto a las doce

Este parque es demasiado inmenso y este laberinto demasiado retorcido. Pero tú querías hacer el reencuentro interesante, en el mismo sitio en el que nos vimos por primera vez, donde me perdí y tú me encontraste por casualidad en el lugar perdido donde sueles venir para leer los libros de poesía de tu padre. Las doce menos diez. Solo diez minutos para cambiar de año y quizás de vida. Claro, pensaste que ir a la fiesta de fin de año de esos pijos sería divertido. Niño consentido. No puedo negarte nada. Y es que te echo tanto de menos... Empiezo a pensar que lo único que me va a acompañar esta noche es esta botella de vino y la foto de carné que me diste al principio de todo. Nuestro principio. Un pedacito de ti que me guarda y que presiono contra el pecho en esas noches en las que tu ausencia se me hace demasiado dura y el dolor es tan intenso que casi no puedo respirar. Te llevaste mi aliento contigo. Contigo. Contigo siempre con idas y venidas. Idas y venidas que siempre acaban del mismo modo.

Acepté tu reto. Vine al laberinto para hacerte ver que sigo luchando por esto, que sigo creyendo en nosotros aunque tú no lo tengas tan claro. Mis pasos me llevan hasta la fuente, por fin he llegado aunque realmente no sé cómo. Estoy en medio del laberinto pero aquí no hay nadie. Ya se oyen los gritos de la cuenta atrás y me doy por vencida, por engañada y de nuevo abandonada. Al menos esta vez tengo una botella para ahogar las penas, así que pego un buen sorbo y agarro con más fuerza tu foto en el bolsillo interior del vestido dorado. Me siento en la fuente durante las últimas campanadas. Me quito los tacones y me meto dentro. Dejando que el agua revitalice mis piernas para salir corriendo cuando sea necesario. Levanto la vista y ahí estás. Parado en frente de mí con las manos metidas dentro de los bolsillos y tu cara de niño bueno. Con el dedo te digo sin palabras que te unas a mí y vienes, porque eres ese tipo de locos que te dicen que te metas en una fuente a beber vino y  tú lo haces. Y tú lo haces. Una vez dentro se agota el tiempo. Tiran los fuegos artificiales y se ilumina la noche de chispas de colores que parecen caer hacia nosotros pero que se evaporan con la oscuridad mucho antes. Nos miramos y nos felicitamos el año nuevo con un beso y doce tragos de una botella robada del catering de la sofisticada fiesta del parque en la que nos hemos colado. Porque nosotros somos ese tipo de locos. Y yo soy esa borracha que acaba en los brazos de su ex en una fiesta como la de hoy.
-¿Cuantas veces me has olvidado desde que nos conocimos?-te pregunto con una valentía que no tendría de no ser por el vino.
-Menos de las que piensas ¿y tú a mí?
-Ni una sola-y repito muy lentamente-ni una sola.
Salgo de la fuente con los restos de mi botella y te dejo ahí solo.
-¿A dónde vas? ¿Cuándo volveremos a vernos? Pensaba que esto lo arreglaba todo-dices ingenuamente.
-Tan lejos y tanto tiempo como consigas darte cuenta de que me necesitas más de lo que piensas si no logras verme o hablarme cuando tú quieres. Échame de menos. Yo lo hago todos los días y todas las noches.


Desaparezco entre las callejuelas del laberinto sabiendo que tú no vendrás detrás de mi. Al menos no hoy. Pero segura de que la siguiente vez que vuelvas, si vuelves, será la definitiva. Es una prueba que tengo que hacerte aunque me duela más que a mí que a ti.



Alicia Salazar

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