Hoy me he vuelto a
levantar con tus palabras entre mis sábanas y los sudores fríos recorriendo mi
espalda, que aun tiembla por tus arañazos, los que hiciste en esas noches en
las que te alejabas de mí y me dejabas aquí, en nuestra querida ciudad.
En nuestra ciudad
querida.
Y no, no entiendo
cómo hoy, aun, me dueles. Cómo hoy, aun, no he sido capaz de conocer a nadie
como tú. A nadie que me hiciera sentir un deseo tan irrefrenable. Salvo por mis
miedos. Esos que siempre reflejé en ti.
El daño que me
hiciste no se lo voy a perdonar a este Dios en el que tú creías. Este daño que
he ido esparciendo en otras discusiones y del que tú, mi querida amiga, nunca
sabrás. O sí, pero no del todo. Porque creíste saber mucho de mí pero yo nunca
te mostré esta cara B que solo te devolvía en forma de reproches, de venganzas,
DE SILENCIOS.
No, amiga. Este
dolor lo llevo por dentro como una procesión fúnebre, o como mi mirada, que a
veces eran lo mismo cuando yo no sabía cómo escapar de todo lo que me
provocabas.
Claro que la
cagaste, y mucho. Pero también te amé tanto que aún no he podido odiarte bien
del todo, bien a mi estilo, ese tan rencoroso y huidizo entre 3 o 4 canciones
mal sonadas y muchas telebasuras prominentes.
Sí, claro que habrá
más mujeres u hombres que pasen por mi lecho, que se quieran quedar a vivir en
mi pecho pero no, nadie me conocerá tanto como tú. Nadie sabrá que mis
reproches eran el reflejo de mis miedos y de mis incertidumbres.
Porque no, nadie se
parará a pensar tanto en mí como yo mismo o tú. Que a veces solíamos ser lo
mismo.
No te había escrito
hasta hoy porque no era tú y, en cambio, amiga mía, nunca voy a poder ser yo.
Atentamente,
tu oscuridad latente.
Neko
No hay comentarios:
Publicar un comentario