lunes, 20 de abril de 2015

Rosas

Julia se levantó temprano, cuando las manecillas de su reloj todavía no alcanzaban las siete de la mañana. Tras ducharse, empleó un largo tiempo en maquillarse y, como todos los inicios de septiembre, se puso su mejor vestido. Era un vestido negro y ajustado, llevaba toda la espalda abierta y tan apenas dejaba entrever sus rodillas; cada año menos tersas, a pesar de las innumerables cremas que vestían el mostrador de granito.
Una vez más, casi como una autómata, se recogió el pelo en un moño perfecto en el que intervenían siempre las mismas horquillas. Su semblante era serio, pero no triste. Sus ojos eran mudos ante el espejo que reflejaba la expresión más sincera de su alma, un alma que había vivido alimentada del resentimiento.

Como hizo por primera vez, hace ya once años, recogió las flores del jarrón, colocadas el día anterior, y calzada en unos sobrios tacones salió recibiendo las primeras notas del sol. El camino que guiaba sus pasos no lo frecuentaba  habitualmente y, sin embargo, la duda no podía ni siquiera intuirse en su figura. Fría, ella reflexionaba sobre ello. Era el orgullo y su fuerza lo que día a día la levantaba de la cama, lo que le hacía salir de la cama, lo que le hacía salir a la calle, lo que le hacía tener una vida en la que no apareciese su nombre. Pero era el resentimiento y la rabia lo que, cada vez que las hojas del calendario volaban hasta dejar aquel día coronado el presente, le hacía volver.

El ruido de los tacones anunciaba su llegada, y el crujir de la hierba fresca por el rocío hacían mudos sus sentimientos. Su nombre, sobre la áspera piedra, rezaba la fecha de aquel día pero once años atrás. Hombre de mil caras, el mejor de los amantes, su primer amor. Ella, a quien nadie le había hecho sonreír, que esperaba que el príncipe de su propio cuento la rescatase del castillo; cayó en sus maduros brazos. No importaba que doblase su edad, solo importaba el color de sus besos. Y, como si de una venganza del universo se tratase, un infarto apareció tras decirle que iba a salvar su matrimonio y debía alejarse de ella.
Y entonces fue él quien cayó en sus brazos terminando su cuento de hadas, pero sabiendo que nunca la amó. Julia se fue, sabiendo que su vida seguía girando pero también  que allí estaría el año que viene.


Drizzt Beleren

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