Empieza a llovisnear pero entramos ya
al restaurante.
-Su mesa está lista-dice el
camarero-acompáñenme, por favor.
Nos sentamos y pedimos lo que vamos a
tomar.
Otra cita, otros ojos
saltones, otra peligrosa sonrisa encantadora... Pero esta vez no
tengo miedo de salir herida. Es una de esas veces en las que mi
corazón aún está en reparación y esto es solo un pasatiempo para
desviar mi mente de mis paranoias y de los recuerdos. No hay ilusión
ni curiosidad en como podría salir, ya sé que mal. Tengo ese don
que he desarrollado con el tiempo y las caídas por el que sé como
es una persona en menos de diez minutos (que no digo conocer) y
saber si es o no un posible “para mí”, y este no lo es.
Demasiado presuntuoso, pero es divertido e inteligente y me
entretiene. Miro el reloj y veo que queda poco para que llegue la
hora. Vuelvo a pensar y a sentirme culpable porque te lo prometí
aunque ya no tiene sentido ir a verte tocar.
Miro al cristal y veo que
ahora llueve lo suficiente como para ponerse la capucha. Nos echan el
vino en las copas, él pide por los dos y mientras me sigue contando
la fascinante historia sobre su viaje de negocios a Tokio, sin
quererlo, vuelvo a perder mi mente en el día en que te conocí, en
los largos primeros paseos llenos de todas esas preguntas curiosas
que no esperaba que me hicieras, en el primer beso y en el último,
en esas veces en las que decía algo pensando que te indignarías y
me entendías, en las últimas conversaciones llenas de indecisiones,
en el momento en el que te marchaste y yo decidí seguir mi camino
sin mirar atrás, en el intenso dolor de después y las lágrimas que
nunca verás caer por mis mejillas... Pero, sobre todo, en cómo
seguí adelante aun extrañándote a cada segundo, porque soy más
fuerte de lo que muchos creen. Yo sonrío y asiento haciéndome la
impresionada. Es guapo y ha traído coche, hoy no pido mucho más.
Como le río todas las gracias igual piensa que hoy va a tener
premio, pero ni mucho menos, me prometí que esta vez no me
demacraría con gilipollas. Miro de nuevo el reloj, casi no queda
nada. Odio esas ocasiones en las que se promete hacer algo y luego
nunca se hace. Siento que tengo que ir, tengo una promesa que cumplir
aunque la hiciera cuando el mar todavía estaba en calma.
Ha empezado a llover a
mares. Me disculpo con mi bufón y me marcho. Llueve tanto o más que
la tormenta de emociones que hay dentro de mí día sí y día
también, pero no me importa. Me quito los tacones y salgo corriendo
hacia ti. El local donde tocas no está muy lejos aunque cuando llego
ha pasado el tiempo suficiente para quedarme empapada. Para un día
que me pongo elegante... Entro mezclándome con la gente. Ya ha
empezado. Te veo brillar sobre el escenario sintiendo cada nota y sé
que hoy no hay ni una sola gota de inseguridad en ti. Me encuentras
entre tu amado público. Te guiño un ojo y sonríes. Todo está
bien, sea como sea. Acabas tu actuación y me buscas pero es tarde.
Yo ya me he ido.
Prácticamente ya casi no
llueve. No he vuelto para arrastrarme, he ido para cumplir mi
promesa, para demostrarte que me importas (aunque tú no me lo
mostraras a mí) y que te rendiste demasiado pronto ante el primer
obstáculo. Y tú lo sabes.
Incluso mi tormenta
interior ha dejado de azotar mis sentimientos. La lluvia ha parado.
Alicia Salazar
No hay comentarios:
Publicar un comentario