miércoles, 15 de abril de 2015

Tormenta de emociones

Empieza a llovisnear pero entramos ya al restaurante.
-Su mesa está lista-dice el camarero-acompáñenme, por favor.
Nos sentamos y pedimos lo que vamos a tomar.
Otra cita, otros ojos saltones, otra peligrosa sonrisa encantadora... Pero esta vez no tengo miedo de salir herida. Es una de esas veces en las que mi corazón aún está en reparación y esto es solo un pasatiempo para desviar mi mente de mis paranoias y de los recuerdos. No hay ilusión ni curiosidad en como podría salir, ya sé que mal. Tengo ese don que he desarrollado con el tiempo y las caídas por el que sé como es una persona en menos de diez minutos (que no digo conocer) y saber si es o no un posible “para mí”, y este no lo es. Demasiado presuntuoso, pero es divertido e inteligente y me entretiene. Miro el reloj y veo que queda poco para que llegue la hora. Vuelvo a pensar y a sentirme culpable porque te lo prometí aunque ya no tiene sentido ir a verte tocar.

Miro al cristal y veo que ahora llueve lo suficiente como para ponerse la capucha. Nos echan el vino en las copas, él pide por los dos y mientras me sigue contando la fascinante historia sobre su viaje de negocios a Tokio, sin quererlo, vuelvo a perder mi mente en el día en que te conocí, en los largos primeros paseos llenos de todas esas preguntas curiosas que no esperaba que me hicieras, en el primer beso y en el último, en esas veces en las que decía algo pensando que te indignarías y me entendías, en las últimas conversaciones llenas de indecisiones, en el momento en el que te marchaste y yo decidí seguir mi camino sin mirar atrás, en el intenso dolor de después y las lágrimas que nunca verás caer por mis mejillas... Pero, sobre todo, en cómo seguí adelante aun extrañándote a cada segundo, porque soy más fuerte de lo que muchos creen. Yo sonrío y asiento haciéndome la impresionada. Es guapo y ha traído coche, hoy no pido mucho más. Como le río todas las gracias igual piensa que hoy va a tener premio, pero ni mucho menos, me prometí que esta vez no me demacraría con gilipollas. Miro de nuevo el reloj, casi no queda nada. Odio esas ocasiones en las que se promete hacer algo y luego nunca se hace. Siento que tengo que ir, tengo una promesa que cumplir aunque la hiciera cuando el mar todavía estaba en calma.

Ha empezado a llover a mares. Me disculpo con mi bufón y me marcho. Llueve tanto o más que la tormenta de emociones que hay dentro de mí día sí y día también, pero no me importa. Me quito los tacones y salgo corriendo hacia ti. El local donde tocas no está muy lejos aunque cuando llego ha pasado el tiempo suficiente para quedarme empapada. Para un día que me pongo elegante... Entro mezclándome con la gente. Ya ha empezado. Te veo brillar sobre el escenario sintiendo cada nota y sé que hoy no hay ni una sola gota de inseguridad en ti. Me encuentras entre tu amado público. Te guiño un ojo y sonríes. Todo está bien, sea como sea. Acabas tu actuación y me buscas pero es tarde. Yo ya me he ido.

Prácticamente ya casi no llueve. No he vuelto para arrastrarme, he ido para cumplir mi promesa, para demostrarte que me importas (aunque tú no me lo mostraras a mí) y que te rendiste demasiado pronto ante el primer obstáculo. Y tú lo sabes.


Incluso mi tormenta interior ha dejado de azotar mis sentimientos. La lluvia ha parado.

Alicia Salazar

No hay comentarios: