domingo, 5 de abril de 2015

7 pecados - Parte V: El séptimo pecado

¿Sabéis? No fue fácil comenzar de cero con tantas cargas a mi espalda. Había abierto los ojos y al haber visto por primera vez la verdad gracias a Sor Catalina, el dolor no era tan intenso. Necesitaba los consejos de la madre que nunca había tenido, necesitaba que me cuidaran y me explicaran que a partir de ahora todo iba a ir bien y que el pasado quedaba atrás.

Había decidido escuchar única y exclusivamente a mi corazón. Puede que Él fuera el señor todo poderoso, pero yo era un ser humano racional que podía tomar las riendas de su vida por sí mismo. Un ser humano. No un robot. Y por lo tanto con emociones incontrolables. Ella y mis terribles acciones pasadas se habían ido para no volver y yo había empezado a pensar en mí mismo. Me di cuenta de que me había quedado con unos sentimientos que no había pedido tener y sin una sola razón para enterrar el recuerdo de la persona que amé y que dejó una huella imborrable en mi alma.

Sor Catalina me consiguió un trabajo en el orfanato de la ciudad. Allí pasé varias semanas limpiando las habitaciones de los pobres huérfanos e, incluso, los cuidé. Puede que no ganara mucho pero por primera vez en mi vida me sentí completo, sentí que aunque nunca pudiera compensar todas las vidas que quité quizás podía hacer algo bueno que me dejara buen sabor de boca y la conciencia tranquila antes de que llegara el día de rendir cuentas con el Señor, el Padre al que había dado la espalda para prestarme la atención que me había arrebatado desde mi nacimiento para ser algo que yo no había escogido. El recuerdo de Carmen me mantenía en el este camino que yo había decidido seguir, este que me hacía sentir vivo y en paz.

Volví a escuchar Su voz en mis sueños y tras varios días ignorándolo, llegué a verlo. Se me presentó una noche lluviosa de invierno en el espejo de los baños. Entonces lo vi. Me había equivocado. No era Dios. La voz a la que había obedecido estos últimos cinco años pertenecía al demonio. Su imagen era escalofriante. Me había embaucado y le había vendido mi alma con cada muerte que yo producía. Había firmado mi sentencia de muerte sin ni siquiera saberlo y ahora mi nombre estaba escrito con la sangre de mis víctimas en la lista negra que dicta quienes pasarán la eternidad en el infierno cuando la terrenal vida mortal termine. Me pedía un último pecado: Matar al hijo huérfano de Carmen que estaba en mi orfanato. Ni siquiera sabía que tenía un hijo, nunca me lo dijo. Le había arrebatado a la única persona que tenía en el mundo, su madre. Había cometido varios pecados: Matar a pecadores como yo inclusive mi madre, asesinar a la única persona que he amado, hundirme en el culo de las botellas de whisky, colocarme hasta quedar atrapado en el mundo irreal de las drogas, jugar con prostitutas como si fueran objetos hasta saciar mis deseos y cuando ya no me quedó ni un céntimo permitir mis desvaríos hasta perderme a mí mismo. Seis pecados. Ahora el diablo me prometía dejarme en paz si cometía un último encargo, matar a un niño inocente. Su alma a cambio de la mía.


Como he dicho, había decidido ser yo el que marcara el ritmo de mi vida así que hice lo que tenía que hacer. Di la espalda a la propuesta de Lucifer sabiendo que me torturaría en la oscuridad de mis pesadillas cada noche. Obtuve otro puesto de trabajo, adopté a Carlitos, el niño de Carmen, lo mantuve y traté de ser el mejor padre que pudiera tener. Él me seguía visitando cada noche y yo sentía su presencia vigilándome en la luz del día. Sin embargo, a pesar de los sufrimientos que me causaba recordándome mis pecados, no podía tenerme entre sus garras hasta que no completara el último de los pecados, el séptimo, el que había renegado de cometer por mí y por el pequeño. Ahora ya no estoy a su alcance, al menos hasta que llegue mi final. Ese día me estará esperando en la puerta del infierno con la más amplia de las sonrisas para que cumpla mi condena.

Alicia Salazar

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