¿Sabéis? No fue fácil
comenzar de cero con tantas cargas a mi espalda. Había abierto los
ojos y al haber visto por primera vez la verdad gracias a Sor
Catalina, el dolor no era tan intenso. Necesitaba los consejos de la
madre que nunca había tenido, necesitaba que me cuidaran y me
explicaran que a partir de ahora todo iba a ir bien y que el pasado
quedaba atrás.
Había decidido escuchar
única y exclusivamente a mi corazón. Puede que Él fuera el señor
todo poderoso, pero yo era un ser humano racional que podía tomar
las riendas de su vida por sí mismo. Un ser humano. No un robot. Y
por lo tanto con emociones incontrolables. Ella y mis terribles
acciones pasadas se habían ido para no volver y yo había empezado a
pensar en mí mismo. Me di cuenta de que me había quedado con unos
sentimientos que no había pedido tener y sin una sola razón para
enterrar el recuerdo de la persona que amé y que dejó una huella
imborrable en mi alma.
Sor Catalina me consiguió
un trabajo en el orfanato de la ciudad. Allí pasé varias semanas
limpiando las habitaciones de los pobres huérfanos e, incluso, los
cuidé. Puede que no ganara mucho pero por primera vez en mi vida me
sentí completo, sentí que aunque nunca pudiera compensar todas las
vidas que quité quizás podía hacer algo bueno que me dejara buen
sabor de boca y la conciencia tranquila antes de que llegara el día
de rendir cuentas con el Señor, el Padre al que había dado la
espalda para prestarme la atención que me había arrebatado desde mi
nacimiento para ser algo que yo no había escogido. El recuerdo de
Carmen me mantenía en el este camino que yo había decidido seguir,
este que me hacía sentir vivo y en paz.
Volví a escuchar Su voz
en mis sueños y tras varios días ignorándolo, llegué a verlo. Se
me presentó una noche lluviosa de invierno en el espejo de los
baños. Entonces lo vi. Me había equivocado. No era Dios. La voz a
la que había obedecido estos últimos cinco años pertenecía al
demonio. Su imagen era escalofriante. Me había embaucado y le había
vendido mi alma con cada muerte que yo producía. Había firmado mi
sentencia de muerte sin ni siquiera saberlo y ahora mi nombre estaba
escrito con la sangre de mis víctimas en la lista negra que dicta
quienes pasarán la eternidad en el infierno cuando la terrenal vida
mortal termine. Me pedía un último pecado: Matar al hijo huérfano
de Carmen que estaba en mi orfanato. Ni siquiera sabía que tenía un hijo, nunca me lo dijo.
Le había arrebatado a la única persona que tenía en el mundo, su
madre. Había cometido varios pecados: Matar a pecadores como yo
inclusive mi madre, asesinar a la única persona que he amado,
hundirme en el culo de las botellas de whisky, colocarme hasta quedar
atrapado en el mundo irreal de las drogas, jugar con prostitutas como
si fueran objetos hasta saciar mis deseos y cuando ya no me quedó ni
un céntimo permitir mis desvaríos hasta perderme a mí mismo. Seis
pecados. Ahora el diablo me prometía dejarme en paz si cometía un
último encargo, matar a un niño inocente. Su alma a cambio de la
mía.
Como he dicho, había
decidido ser yo el que marcara el ritmo de mi vida así que hice lo
que tenía que hacer. Di la espalda a la propuesta de Lucifer
sabiendo que me torturaría en la oscuridad de mis pesadillas cada
noche. Obtuve otro puesto de trabajo, adopté a Carlitos, el niño de
Carmen, lo mantuve y traté de ser el mejor padre que pudiera tener.
Él me seguía visitando cada noche y yo sentía su presencia
vigilándome en la luz del día. Sin embargo, a pesar de los
sufrimientos que me causaba recordándome mis pecados, no podía
tenerme entre sus garras hasta que no completara el último de los
pecados, el séptimo, el que había renegado de cometer por mí y por
el pequeño. Ahora ya no estoy a su alcance, al menos hasta que
llegue mi final. Ese día me estará esperando en la puerta del
infierno con la más amplia de las sonrisas para que cumpla mi
condena.
Alicia Salazar
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