Escupo el humo a la
ventana y me muerdo los dedos porque ya no me queda ni una sola uña
más que me pueda comer. Esperar a ese hombre me pone de los nervios,
ya que le he contratado podría darse más prisa en conseguir
resultados.
Hace tiempo que me siento
como una bombilla fundida, parpadeando pequeñas chispas de luz pero
sin llegar a encenderme. También llevo tiempo diciendo que la culpa es
tuya, pero empiezo a admitir que realmente es mía por consentirte
que me sigas tomando el pelo. El verdadero problema es que si tu me
pides que me arrastre hasta a ti yo lo hago ¿Por qué me hago esto
mientras tú regalas besos a cualquier niñata barata que se
te pase por delante en un bar? ¿Piensas que no lo sé? Me crees más
tonta de lo que soy, porque tú tampoco es que te esfuerces demasiado
en ocultarlo.
Me miro al espejo para
insistirme en que acabe con esto. Este matrimonio hace tiempo que
flota a la deriva, pero eres una droga, mi droga. Ni quiero dejarla
ni compartirla. Siempre me califiqué como alguien que no era celosa,
pero supongo que eso depende de la persona a la que esperes en casa.
Por fin, suena el timbre
y sé que es él, porque a estas horas tú nunca estás en casa. Le
abro y el detective privado pasa al salón. Con las veces que habrá
tenido que hacer esto y ni se atreve a mirarme a la cara. Extiende
las fotos en la mesa del salón y lo veo todo, por fin, abro los
ojos. Todas mis dudas y temores se confirmaron con la prueba final.
El hombre me cuenta todo lo que ha visto e investigado en estas dos
semanas que lleva siguiendo a mi marido, pero las imágenes hablan
solas. La secretaria, además de muchos otros encuentros de la
ciudad, como no... Doy gracias a Dios por no haber dejado de mi puesto
de profesora de inglés en el colegio como me pedías para ser una
mujer florero como tú, el señor ejecutivo, querías. Era el trofeo que
necesitabas enseñar para sentirte seguro.
Le pago, le doy las
gracias y se va. Después recojo tu ropa en una maleta y me pongo a
pensar en todo lo que creí aprendido en mi vida antes de ti. Se sabe
cuanto le importas a un hombre según cómo te mire en el último segundo antes de marcharte. Sí, incluso aunque lleve toda la noche
haciéndose el chico duro. Si te mira hasta que desapareces con cara
de corderito degollado como suplicando que te quedes, entonces sabes
que le interesas de verdad. Pero si lleva coqueteando contigo toda la
noche y al final le pone ojitos a tu amiga antes de que os vayáis
puedes dar por seguro que solo te usaba para dar celos a la que
realmente quería esa noche y que probablemente trate de conseguir en
otra ocasión. Así son los chicos, fáciles y previsibles. Esta es
una de las teorías que una va elaborando. Y tú llevabas tanto
tiempo sin mirarme así antes de partir...
Nosotras somos más
listas y perceptivas en estos aspectos, pero solo es así hasta que
nos enamoramos, entonces se nos nubla la mente y vemos lo que queremos. Así estaba yo. Uno es capaz de perdonar todo una y otra
vez mientras quiere ciegamente a una persona, pero cuando por fin
abrimos los ojos y vemos la realidad, hay que reaccionar y pensar en
sí mismo, porque en estos casos la otra persona no lo va a hacer
por ti. Mira que me lo dijo mi madre: “Hija no te juntes con un
italiano que por muy guapo y bueno que esté y por muchas milongas
que te diga, son muy machistas de toda la vida”. Le respondí que
no se basara en estereotipos, no creo que haya que generalizar estas
cosas y lo sigo pensando. Sin embargo, acertó de lleno con este. El
problema está en que yo no le permito a nadie que me trate como un
felpudo, llámame rara. Hay que tener agallas
para desaparecer y dejarle de patitas en la calle, para ponerle las
maletas en la puerta, cambiar la cerradura y coger un vuelo a Dublín
hacia una oferta de trabajo y una posible nueva vida. La que se quedó con lo que era mío
sabiéndolo o no, que se lo quede. Porque puede que me aferrara
demasiado a él, sí... pero a mí me tengo más aprecio.
Alicia Salazar
No hay comentarios:
Publicar un comentario