viernes, 3 de abril de 2015

7 pecados - Parte III: Remordimiento

Todavía pienso en ti de vez en cuando. En tus lascivos pechos, en tus intensos ojos y en tu bonita sonrisa. No debería, y me castigo como el bendito señor me dice que lo haga. La penitencia es dura, pero tengo que volver a la rectitud que me salvó hace tiempo. Eres un pecado que me cuesta purgar. Un pecado que me hace dudar y querer dejarlo. Pero no puede haber duda en la mano que obra con divina justicia.

Siempre supe que había algo realmente mal dentro de mí. Algo que no debería estar ahí, que ensuciaba mi ser desde lo más profundo. Algo que no tenía que alimentar y que olía a podrido. Durante tiempo traté de ahogarlo como te ahogué a ti. Pero sin sentir placer. Continuamente busqué refugio y ayuda, pero nada servía. La borracha y puta de mi madre nunca fue un gran apoyo, ni siquiera cuando estaba en casa sobria. Lo único que hacía entonces era quejarse y maldecir por no poder irse a por droga al callejón más cercano. Intenté ser lo más recto posible entonces, y acabé intentando nadar en un lodo de inmundicia. Siempre que me acercaba a la orilla me acababa hundiendo en el fango. Hasta que supe de Él.

Como azar del destino, o quizá fue su siempre inapelable voluntad, llegué a escuchar como me salvó de la muerte. Y no sólo eso, también que esos segundos sin aire en mis pulmones pudieron afectarme a la cabeza. Y sin embargo ahí estaba, el hijo perfecto de la más imperfecta madre, así era por fuera. Dijeron que fue un MILAGRO. Desde entonces, me dediqué a Él, y aunque le siga sirviendo toda la vida, nunca podré agradecer todo lo que hizo por mí. Poco a poco todo empezó a tener sentido. Y fue entonces cuando empecé a oírle, hace cinco años. Me pidió que fuese el que cuidase su jardín de las malas hierbas. Me pidió que arrancase los brotes marchitos y las flores podridas para crear nuevos capullos y brotes. Me pidió que le cuidara las petunias.

Me dediqué a cortar los tallos pecadores que Él me señalaba. La primera fue mi madre, como acto de fe. No fue difícil. Sólo tuve que pincharle un par de veces de más mientras dormía, ya bastante drogada. Se dejó ir con facilidad. Fue hasta bonito. Me gustó. Salvé a mi madre de su propia vida. Empecé, al principio poco a poco y luego ya de manera vertiginosa, a caer en una cascada de purgas en las que yo era a la vez juez y verdugo, guiado siempre por su inmensa sabiduría. Disfrutaba cada ritual como un acercamiento a mi salvador. Enfoqué la parte turbia de mi ser en hacer el trabajo sucio que un Dios no debe hacer, pues le mancharía. Y Él es blanco y puro. Muchas veces me pregunté por qué me hizo así, con hambre por dentro. Los caminos del señor son inescrutables, y yo nací para ser su mano dura.

Hasta que te conocí. Un alma errante y perdida que buscaba su camino. Sentí lástima, e intenté mostrarte el mío. Intenté que fueras como yo y que caminaras conmigo. Quise que cuidáramos el jardín juntos. Me salí de la sagrada calzada por estar contigo. Desafié su furiosa voz que me decía que estaba mal y que lo pagaría. El precio ha sido muy alto. Cometí más de mil pecados contigo.

Descargué mi parte oscura en el resto del mundo, pero no era suficiente. Cada vez necesitaba más para saciarme y empecé a oírle cada vez menos. Por primera vez, empecé a descarriar y a desatar esa parte de mí que antes había estado reprimida o guiada. No quise culparte y compartí mi secreto contigo. Pero tú no lo entendiste. Te llevé al precioso jardín que había preparado para nuestro señor y tú le pisaste las petunias. Sus bonitas petunias.

Tuve que hacerlo. Por mi señor y para hacerte pura y libre. Y nunca disfruté tanto de aquello. Él me volvió a guiar y desde entonces está mucho más vivo en mí. De vez en cuando siento culpa, y me fustigo. La sangre es el único camino. Ahora que los demonios son fuertes y me atormentan, noto que él está conmigo.

M E L O

No hay comentarios: