No era la primera oveja descarriada
que acercaba a mi pastor, mi Dios. Habían sido cinco años en los que matar, o
como él lo llamaba, “salvar a un pecador” había sido mi único trabajo. Empezaba
a creer que esto iba a acabar con todo lo bueno que había construido a lo largo
de los años. Obligado a sentir placer por lo que hacía crecía en mi un
sentimiento de dolor. Furioso y atormentado, las noches se me hacían eternas y
el miedo se agolpaba dentro de mi cada vez que él me pedía volver a repetirlo.
Era insaciable. El olor a sangre me provocaba náuseas y los gritos de mis
víctimas se hundían en las entrañas de mi cerebro.
Este había sido mi destino. Siempre. Él
lo quiso así. Cuando nací del vientre mi madre, todos lo supieron: yo era el
elegido. Nos lo demostró matándome por un momento, enseñándole a mi madre que solo
él podía ser quien decidiese sobre mi futuro. Sin respiración y a punto de
desvanecerme entre las almas pecadoras e impuras él me devolvió a la vida no
sin antes dejar claro que este iba a ser mi destino, estaba escrito con sangre,
con la que mi madre me hizo nacer.
Sarasvati
No hay comentarios:
Publicar un comentario