miércoles, 18 de marzo de 2015

"Bu"

-¡Vamos, no seáis cobardicas! Sois unas nenazas-dijo Mía, la chiquilla rebelde, la valiente.
-No lo somos es que es muy tarde, deberíamos estar ya en casa-intenta convencerle Pablo.
-¡Miedicas, miedicas!-exclamó mientras se adelantaba abriendo la gran puerta del parque de atracciones abandonado.
-Espera, Mía, voy contigo.
-¡Te espero en la mansión de los horrores!-chilló la chica mientras corría hacia allí y él la siguió.
Todos se fueron pero Pablo no quiso dejarla sola. El niño entró pero ya no la veía. Gritaba su nombre esperando a que saliera, suplicando que se dejara de bromas. Caminó por los pasillos donde estaban Drácula, la momia, el hombre lobo, Jack el destripador, Mr. Hyde... los únicos vigilantes de aquella mansión de los horrores. Puede que les faltaran las voces y el movimiento que les acercaba a sus visitantes, pero verlos en la oscuridad puso a Pablo los pelos de punta. Justo cuando Mía apareció por detrás y le dio ese susto con un “¡bu!”, ella despertó en su cuarto.

Mía se incorporó sudando, con la respiración rápida y entrecortada. Cada noche el mismo sueño, el mismo recuerdo, despertándose justo antes de que apareciera el psicópata. Ese criminal con una o dos tuercas menos en la cabeza al que hizo frente cuando llegó borracho destrozando la atracción. Aquella noche Pablo se escondió mientras veía como aquel demonio raptaba a su amiga. Mía apareció once años más tarde vagabundeando en otra ciudad sola, sucia, hambrienta y loca. No sabía bien quien era, pero unos amigos de sus padres que estaban de viaje la reconocieron entre mantas agujereadas y cartones. Cuando volvió a casa con la ayuda de la policía, ya no era la misma.

Con el tiempo y tras muchas visitas de especialistas, supieron que Mía había presenciado algunos de los asesinatos de su secuestrador, violada por él en varias ocasiones, maltratada y obligada a cometer acciones horribles. Este hombre, que estaba en busca y captura, había muerto en una pelea callejera dos meses atrás. Pasados los días, todos sus vecinos la temían y sus familiares se habían rendido con ella, sabían que nunca la recuperarían. Había perdido la cabeza. El único que todavía no había tirado la toalla era Pablo. Se sentía culpable de su estado y mantenía los recuerdos de aquella chica valiente de la que estaba colado. Se aferraba a ello. Aunque el principio con ella no fue fácil, era el único al que Mía toleraba en su presencia. Además, en aquellos momentos de calma en los que estaba con él, Pablo juraba ver una chispa de lucidez en sus ojos, un pequeño rastro de aquella niña. Una niña que, tras los cuidados en casa, se había convertido en una mujer. Una mujer misteriosa y atractiva. Se estaba volviendo a enamorar de ella. O de lo que quedaba de ella.

Mía le pidió a Pablo un favor para hacer callar a las voces de su cabeza y terminar con ese sueño que le inquietaba todas las noches. Pablo la llevó al parque de noche en su moto. Mía se bajó, le besó y corrió de nuevo hacia la mansión de los horrores. Él la siguió hasta pasearse por aquellos negros pasillos intentado no darse con ninguno de los muñecos, que a pesar de verlos desde una nueva perspectiva, en aquellas circunstancias y recordando lo que sucedió la última vez, conseguían ponerle de los nervios. Los muñecos se activaron y comenzaron a oírse sus terroríficas risas y voces, realizando sus prefijados movimientos, pero la carcajada de Mía le dio más miedo.

-¡Miedica, miedica! Siempre has sido un gallina Pablo Rodríguez ¡Un gallina!-siguió resonando su risa como un eco de su locura-estoy en la entrada ¡Corre, ven!
Pablo salió casi hasta fuera, pero allí, alumbrado por la luz de la luna, no vio a nadie. Mía salió de detrás de Mr. Hyde con una pistola apuntando al joven.
-¿Mía que haces? Siento lo que pasó, debí ayudarte, pero era solo un crío. Sabes que te quiero.
-Lo sé y yo a ti. Eres el único que ha seguido teniendo fe en mi recuperación. No deberías haberla tenido, nunca volveré a estar cuerda... ¡Me dejaste sola! Por tu culpa viví un infierno y aún sigo en él. Lo siento, no quiero hacerte daño-iba cambiando ideas contradictorias conforme hablaba-pero he de acabar con mis pesadillas y tu eres el origen de ellas. Lo siento-se explicó.
-Mía, no, por favor.
-Bu-murmuró apretando el gatillo. Un disparo limpio directo al corazón. Después cogió la moto y se marchó atravesando la oscuridad de la noche.

No importa donde había conseguido la pistola o cuando la había escondido en la casa de sus perturbaciones. Los especialistas ya lo habían advertido: No había rastro de razón en ella pero era lista y manipuladora. Ya no sentía ni padecía. Detrás de aquella sonrisa perdida que siempre mantenía no había nada ¿Odiaba a Pablo? ¿Le quería? ¿Aún le tenía rencor o le había perdonado y solo quería terminar con sus pesadillas? Ni ella misma lo sabía. Sus pensamientos y sentimientos se mezclaban. No tenía remordimientos, solo instintos. Mía había disparado contra los que más la querían de distintas maneras, por eso todos le habían dado la espalda. Según las teorías de sus médicos, en el fondo Mía lo prefería así porque si ya nos les importaba ya no sufrían ¿Era posible? ¿Quedaba algo dentro del laberinto de sus emociones? Quizás en su desordenada e irracional mente, mató a Pablo por su bien, para no hacerle sufrir más por ella. Pero es solo una teoría.

Alicia Salazar

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