-¡Vamos, no seáis cobardicas! Sois
unas nenazas-dijo Mía, la chiquilla rebelde, la valiente.
-No lo somos es que es muy tarde,
deberíamos estar ya en casa-intenta convencerle Pablo.
-¡Miedicas,
miedicas!-exclamó mientras se adelantaba abriendo la gran puerta del
parque de atracciones abandonado.
-Espera, Mía, voy contigo.
-¡Te espero en la mansión de los
horrores!-chilló la chica mientras corría hacia allí y él la
siguió.
Todos se fueron pero
Pablo no quiso dejarla sola. El niño entró pero ya no la veía.
Gritaba su nombre esperando a que saliera, suplicando que se dejara
de bromas. Caminó por los pasillos donde estaban Drácula, la momia,
el hombre lobo, Jack el destripador, Mr. Hyde... los únicos
vigilantes de aquella mansión de los horrores. Puede que les
faltaran las voces y el movimiento que les acercaba a sus
visitantes, pero verlos en la oscuridad puso a Pablo los pelos de
punta. Justo cuando Mía apareció por detrás y le dio ese susto con
un “¡bu!”, ella despertó en su cuarto.
Mía se incorporó sudando, con la respiración rápida y entrecortada. Cada noche el
mismo sueño, el mismo recuerdo, despertándose justo antes de que
apareciera el psicópata. Ese criminal con una o dos tuercas menos en
la cabeza al que hizo frente cuando llegó borracho destrozando la
atracción. Aquella noche Pablo se escondió mientras veía como
aquel demonio raptaba a su amiga. Mía apareció once años más
tarde vagabundeando en otra ciudad sola, sucia, hambrienta y loca. No
sabía bien quien era, pero unos amigos de sus padres que estaban de
viaje la reconocieron entre mantas agujereadas y cartones. Cuando
volvió a casa con la ayuda de la policía, ya no era la misma.
Con el tiempo y tras
muchas visitas de especialistas, supieron que Mía había presenciado
algunos de los asesinatos de su secuestrador, violada por él en
varias ocasiones, maltratada y obligada a cometer acciones horribles.
Este hombre, que estaba en busca y captura, había muerto en una
pelea callejera dos meses atrás. Pasados los días, todos sus
vecinos la temían y sus familiares se habían rendido con ella,
sabían que nunca la recuperarían. Había perdido la cabeza. El
único que todavía no había tirado la toalla era Pablo. Se sentía
culpable de su estado y mantenía los recuerdos de aquella chica
valiente de la que estaba colado. Se aferraba a ello. Aunque el
principio con ella no fue fácil, era el único al que Mía toleraba
en su presencia. Además, en aquellos momentos de calma en los que
estaba con él, Pablo juraba ver una chispa de lucidez en sus ojos,
un pequeño rastro de aquella niña. Una niña que, tras los cuidados
en casa, se había convertido en una mujer. Una mujer misteriosa y
atractiva. Se estaba volviendo a enamorar de ella. O de lo que
quedaba de ella.
Mía le pidió a Pablo un
favor para hacer callar a las voces de su cabeza y terminar con ese
sueño que le inquietaba todas las noches. Pablo la llevó al parque
de noche en su moto. Mía se bajó, le besó y corrió de nuevo hacia
la mansión de los horrores. Él la siguió hasta pasearse por
aquellos negros pasillos intentado no darse con ninguno de los
muñecos, que a pesar de verlos desde una nueva perspectiva, en
aquellas circunstancias y recordando lo que sucedió la última vez,
conseguían ponerle de los nervios. Los muñecos se activaron y
comenzaron a oírse sus terroríficas risas y voces, realizando sus
prefijados movimientos, pero la carcajada de Mía le dio más miedo.
-¡Miedica, miedica!
Siempre has sido un gallina Pablo Rodríguez ¡Un gallina!-siguió
resonando su risa como un eco de su locura-estoy en la entrada
¡Corre, ven!
Pablo salió casi hasta
fuera, pero allí, alumbrado por la luz de la luna, no vio a nadie.
Mía salió de detrás de Mr. Hyde con una pistola apuntando al
joven.
-¿Mía que haces? Siento
lo que pasó, debí ayudarte, pero era solo un crío. Sabes que te
quiero.
-Lo sé y yo a ti. Eres
el único que ha seguido teniendo fe en mi recuperación. No deberías
haberla tenido, nunca volveré a estar cuerda... ¡Me dejaste sola!
Por tu culpa viví un infierno y aún sigo en él. Lo siento, no
quiero hacerte daño-iba cambiando ideas contradictorias conforme
hablaba-pero he de acabar con mis pesadillas y tu eres el origen de
ellas. Lo siento-se explicó.
-Mía, no, por favor.
-Bu-murmuró apretando el
gatillo. Un disparo limpio directo al corazón. Después cogió la
moto y se marchó atravesando la oscuridad de la noche.
No importa donde había
conseguido la pistola o cuando la había escondido en la casa de sus
perturbaciones. Los especialistas ya lo habían advertido: No había
rastro de razón en ella pero era lista y manipuladora. Ya no sentía
ni padecía. Detrás de aquella sonrisa perdida que siempre mantenía
no había nada ¿Odiaba a Pablo? ¿Le quería? ¿Aún le tenía
rencor o le había perdonado y solo quería terminar con sus
pesadillas? Ni ella misma lo sabía. Sus pensamientos y sentimientos
se mezclaban. No tenía remordimientos, solo instintos. Mía había
disparado contra los que más la querían de distintas maneras, por
eso todos le habían dado la espalda. Según las teorías de sus
médicos, en el fondo Mía lo prefería así porque si ya nos les
importaba ya no sufrían ¿Era posible? ¿Quedaba algo dentro del
laberinto de sus emociones? Quizás en su desordenada e irracional
mente, mató a Pablo por su bien, para no hacerle sufrir más por
ella. Pero es solo una teoría.
Alicia Salazar
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