Se hace de nuevo la noche. La luna que conociste
renovará su reflejo sobre los mares que broncean la plata del universo. El día,
otra vez, muere entre los brazos de un ayer que agonizando ruega clemencia y,
sin embargo, los quejidos son tan familiares. Se rompe la luz en fragmentos de
oscuridad para iluminar las sombras de este letargo que nunca alcanza a arder
en tu corazón. Las ascuas permanecen destruyendo poco a poco el presente,
alimentándose de un pasado camuflado en el calendario. ¿Quién contará las horas
que pasaste presa de la imagen de un sol en caída libre? ¿Dónde están los
minutos que huyeron tras las montañas que son cárcel de tu ser?
Las pulsaciones aumentan, ritmo cardiaco
reconocido; es la misma canción que cada día hace a la esperanza marchitar y
que las promesas de un futuro mejor reverberen en un estallido que rompe tus
tímpanos. Esclava de la monotonía amaestras el temblor de tus dedos, rezas a la
rutinaria plegaria y te vistes sin sentir el pánico del rozar contra la piel. El
cuero comprime la vergüenza, de la misma forma que lo lleva haciendo los
últimos tres años, tanto que ya no vuelve a crecer.
Acomodada en la pesadilla, te acunas bajo la nana
de los gemidos ajenos a ti y al amor. El placer es la libertad cuyo significado
renunciaste a comprender, tan solo te vale la sonrisa de sus ojos tiernos, de
la inocencia de sus palabras. La vida fue muy puta para ti, y ahora te
atrincheras en ella para sobrevivir. Juguete roto en un terremoto a gran escala
huyes al anochecer para gritar entre gemidos que entraste en el girar del
tiempo; y te olvidaste de cómo salir.
Ahora te desnudas para mí, dejándome ver todos tus
miedos, enseñándome como trazan las curvas perfectas que abren las puertas de
la locura. Sin embargo, dentro se encuentra el llanto de un niño que despertó
solo en la oscuridad de su habitación, y descubrió que mamá no estaba para
decirle que todo fue un mal sueño.
Drizzt Beleren
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