Espero
que no te importe que, quizás tarde, quizás mal, te dedique estas líneas. Tú,
que fuiste la princesa sin castillo y la incertidumbre del mañana tras tus ojos
azules, sigues en una lista de cosas por hacer. Una lista larga e interminable,
pero que acabaré por tirar al mar para que cada una de las puntadas sin hilo se
consuman por el infinito, en el silencio del pasado. A ti, la única que se
quedó sin un trocito de mi corazón pero que se llevó mil noches en vela por
culpa de tu recuerdo, te regalo mis palabras no solo como tributo, sino como
agradecimiento.
Gracias
por aquella primavera, donde los segundos se multiplicaron por cada uno de los
besos que me diste. Gracias por tu voz ronca que calmaba mi latir desbocado,
que tan solo deseaba huir del hoy y vagar por el nosotros. Gracias por ser mi
peor pesadilla, por hacerme escribir en un papel quinientas veces tu nombre y,
aun así, no tener valor para amarte. Gracias, por ser mi único pensamiento en el
desenfreno y por dar sentido a las canciones de Marea. Pero sobre todo, gracias
por decirme no. O por decirme un sí que no supe interpretar. O quién sabe cómo
demonios no acabamos compartiendo almohada a la luz de tus lunas; simplemente
gracias.
Porque
a pesar de nuestras idas y venidas, de tus oníricas sonrisas y de mis palos de
ciego, nuestros caminos jamás se solaparon manteniendo la mejor de las
distancias posibles. Y son eso, los sueños rotos, los proyectos fracasados y
las rutas maltrazadas las que nos hacen llegar a la cima; y yo he encontrado en
unos ojos negros, las piernas que enloquecen mis días y que anestesian mi
corazón. Sus besos son mi motivo para vivir y nuestras manos se enlazan bien. Rebotado
y mareado por los cambios, como en una partida de pinball, acabé llegando hasta
ella y conociendo la felicidad. No fuiste ni la máxima puntuación, ni el golpe
más intenso; solo fuiste tú, y gracias a ti, hoy estoy aquí.
¿Lo
entiendes? Supongo que sí, te he visto sonreír; sonríes de verdad. Así que
dejemos para la sal del océano lo que nunca sucedió, y que vague en nuestras
miradas mis escusas pobres, tu sombrero y los acordes que siempre acompañaron
nuestra historia.
Drizzt
Beleren
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