lunes, 9 de marzo de 2015

Pinball Map

Espero que no te importe que, quizás tarde, quizás mal, te dedique estas líneas. Tú, que fuiste la princesa sin castillo y la incertidumbre del mañana tras tus ojos azules, sigues en una lista de cosas por hacer. Una lista larga e interminable, pero que acabaré por tirar al mar para que cada una de las puntadas sin hilo se consuman por el infinito, en el silencio del pasado. A ti, la única que se quedó sin un trocito de mi corazón pero que se llevó mil noches en vela por culpa de tu recuerdo, te regalo mis palabras no solo como tributo, sino como agradecimiento.

Gracias por aquella primavera, donde los segundos se multiplicaron por cada uno de los besos que me diste. Gracias por tu voz ronca que calmaba mi latir desbocado, que tan solo deseaba huir del hoy y vagar por el nosotros. Gracias por ser mi peor pesadilla, por hacerme escribir en un papel quinientas veces tu nombre y, aun así, no tener valor para amarte. Gracias, por ser mi único pensamiento en el desenfreno y por dar sentido a las canciones de Marea. Pero sobre todo, gracias por decirme no. O por decirme un sí que no supe interpretar. O quién sabe cómo demonios no acabamos compartiendo almohada a la luz de tus lunas; simplemente gracias.

Porque a pesar de nuestras idas y venidas, de tus oníricas sonrisas y de mis palos de ciego, nuestros caminos jamás se solaparon manteniendo la mejor de las distancias posibles. Y son eso, los sueños rotos, los proyectos fracasados y las rutas maltrazadas las que nos hacen llegar a la cima; y yo he encontrado en unos ojos negros, las piernas que enloquecen mis días y que anestesian mi corazón. Sus besos son mi motivo para vivir y nuestras manos se enlazan bien. Rebotado y mareado por los cambios, como en una partida de pinball, acabé llegando hasta ella y conociendo la felicidad. No fuiste ni la máxima puntuación, ni el golpe más intenso; solo fuiste tú, y gracias a ti, hoy estoy aquí.

¿Lo entiendes? Supongo que sí, te he visto sonreír; sonríes de verdad. Así que dejemos para la sal del océano lo que nunca sucedió, y que vague en nuestras miradas mis escusas pobres, tu sombrero y los acordes que siempre acompañaron nuestra historia.


Drizzt Beleren

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