miércoles, 11 de marzo de 2015

Resaca

Cristales de botellas rotas extendidos por el suelo, un tufo a dragón muerto que habita en mi minúsculo piso y yo apoyada en la pared intentado mantenerme de pie y soportar la bomba atómica de mierda que tengo en el estómago. Avancemos y cambiemos la escena.

Siento la brisa marina acariciando mi cara. Dejo caer mis párpados y escucho el sonido de las olas chocando contra el casco del barco que en breve me devolverá a tierra. Hace unos meses hubiera vomitado al oler ya a lo lejos el pescado del puerto, por no hablar ya de los vaivenes de las olas que mueven el barco ligeramente pero que para mi hubiera sido como si me metieran en una batidora. No ha sido fácil cambiar y dejarlo todo atrás. Ahora tengo una nueva vida en otro lugar totalmente diferente, muy alejado de las locuras que me perseguían y perseguía cada día en la gran ciudad. Cambié de trabajo, ya no tan bien pagado pero menos estresante. Me instalé en un pequeño pueblo costero valenciano, pensé que estar cerca del mar me serenaría. También voy con gente distinta, muy distinta, y no solo por su acento y esa forma de ser tan abierta mezclada con el toque mediterráneo. Son esa clase de personas que saben absorber la energía de la luz del sol cuando yo solo conocía la de la luna, esas que disfrutan con un helado en una terraza cerca de la playa y, aunque también les gusta salir de fiesta, recuerdan que tienen casa y familia, esos que solo se fían de los que están ahí siempre y no del primer imbécil que te diga guapa y te sobe el culo en la barra de un bar.

Es complicado ver lo que están haciendo contigo y lo que tú te estás dejando hacer cuando ya estás demasiado involucrada en ello. Hablo de ese mundo en el que la resaca es el plato principal de todos los días y los errores que nunca se recuerdan pero siempre te cuentan son una forma de vida. Podría poner muchas escusas pero ni justificarían nada ni servirían para perdonarme a mí misma. Puede que en aquella noche comenzara a despertar cuando entré a aquel baño asqueroso y noté con más fuerza como la confusión y el alcohol agitaban mi cabeza. Cuando paré por un instante y me dí realmente cuenta de donde estaba y de que, desde luego, no quería estar ahí. Pero ya no sabía como salir, como volver.


Rebobinemos y volvamos a la escena del principio. Cristales, tufo a dragón muerto y lo que quedaba de mí. Aquellos desconocidos ya se habían marchado y solo quedaba yo y mi mundo en ruinas. Observé que la foto de mi familia estaba en el suelo con el marco roto y vi a esa pequeña yo inocente de ocho años. Esa niña nunca dijo que de mayor quería ser una alcohólica. Solo quería ser feliz y yo no lo era. He aprendido a disfrutar de esas pequeñas cosas del día a día que son capaz de llenarme mucho más, esos detalles de esta nueva vida que me han curado y salvado de mí misma.

Alicia Salazar

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