-Quédate conmigo-. Le dijo él una vez
más. Ya no recordaba cuántas veces le había suplicado que no huyera, que era lo
que más amaba en el mundo. Eran como el yin yang, como dos gotas de agua. No
tenían nada en común pero a la vez eran inseparables. Sin embargo, una vez más,
era tarde para ella.
Se amaban desde siempre y desde siempre
habían tenido el mismo problema. Ella adoraba pasar las tardes entre sus brazos
como el ser frágil que era mientras él acariciaba su larga y rizada melena color
azabache. Eran y siempre serían la pareja perfecta.
Era tarde para ella como lo había sido
otras muchas veces. No era nuevo para él, mil veces antes había sentido como
ella se escapaba de entre sus brazos, para escabullirse y perderse entre las
tinieblas. Desde la primera vez se juró que lucharía por hacerla volver, por
volver a tenerla a su lado.
Era algo que ocurría cada cierto
tiempo. –Necesito irme, no puedo más-, esas eran las palabras que salían de su
boca y que tantas veces habían roto un corazón recompuesto mil veces. Pero así
era ella y esa era una de las razones por las que estaba profundamente
enamorado. La entendía, comprendía su enfermedad e iba a estar con ella para
siempre.
-Lo sé, amor, lo sé. Has de irte, te
entiendo. Vuelve cuando quieras, siempre estaré esperándote-. Una vez más le
repetía las mismas palabras y sabía que no iba a ser la última vez. Toda su
vida iba a ser un bucle sin sentido en el que lo más fuerte era el amor que
sentían el uno por el otro. Por eso la dejó huir no sin antes decirle entre
lágrimas que era lo que más amaba y que esperaba su vuelta, como hacía siempre.
Como si ella no sintiese nada salió y
con el corazón roto él se sentó a escribir la misma carta de siempre en la que tan
solo dejaba que sus emociones salieran, se escurrieran entre la tinta de la
pluma que ella le había regalado hacía muchos años.
Eran siempre las mismas líneas, llenas
de tristeza y amargura. Entendía perfectamente que su enfermedad le pidiese
libertad aunque lo que ella más amaba era la comodidad que cada tarde él le
proporcionaba cuando introducía su cuerpo frágil entre sus brazos.
Volvían a ser los peores días de su
vida. La incertidumbre reinaba en su cabeza porque nunca estaba seguro de que
ella fuese a volver. Sin embargo, hasta ahora ella siempre había vuelto a casa
porque cuando todo mejoraba echaba de menos la comodidad que solo él le podía
proporcionar.
Estaban hechos el uno para el otro.
Sarasvati
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