miércoles, 4 de marzo de 2015

Otra aprendiz de Platón

Tras visitar la impresionante Acrópolis de Lindos, situada en la parte alta de la ciudad de la isla griega, en el camino de vuelta nos sentamos cerca de una fuente en medio de ese poblado de casitas blancas desde donde podemos ver la costa paradisíaca que nos envuelve. Allí la guía, a petición de una pareja de ancianos de Almería, cuenta un mito griego, uno que parece que me persigue vaya donde vaya. El mito de Andrógino. La mujer comenzó a narrarlo: “Platón, en su obra el “Banquete”, relata que al principio existía un ser humano llamado andrógino que reunía los dos sexos, el femenino y el masculino. También había un andrógino compuesto por dos cuerpos de hombre y otro por dos cuerpos de mujer. Estos seres tenían formas redondeadas y contaban con cuatro brazos, cuatro piernas y una cabeza con dos caras. Su fuerza era extraordinaria y su poder inmenso. Eso los hizo ambiciosos y quisieron desafiar a los dioses intentando invadir el Olimpo. Así que Zeus les dividió en dos. Se dice que desde entonces cada mitad trata de encontrar a la otra.”

Hacía mucho tiempo que no oía esa historieta. La primera vez que la escuché fue en la serie de Hércules, tenía doce años y me quedé embobada mirando la tele conforme lo contaba aquella actriz rubia. La segunda fue a los dieciséis en una excursión al Museo de Historia y, siendo ya más consciente de la realidad, casi me ahogo intentando aguantarme la carcajada con mi amiga Claudia. La tercera fue a los diecinueve viendo el episodio de Hércules repetido pero con el efecto contrario a la vez anterior, llorando a mares en un solitario domingo tras una ruptura amorosa ¿Cual es el efecto que me produce ahora? Ya no es ni admiración, ni burla, ni melancolía... He llegado a un punto en el que podría llamarlo “fase de reflexión”. La vida es irónica. Me escapé en este viaje a Grecia para alejarme de esa nueva etapa de mi vida que tanto me asusta con la escusa de una búsqueda de inspiración para mi nuevo libro. Lo dejé allí sin una respuesta con un par de narices.

Supongo que debió de ser un beso mortal para que hiciera temblar a mi alma con más fuerza que un terremoto. A estas alturas no suelo perder el control por muchos por no decir por nadie. Me digo a mí misma que tú no eres nada, que no significas nada para mí. Después de tantas caídas una no puede permitirse rebasar la línea que divide lo saludable de lo doloroso. Me repito una y otra vez que aunque esto esté durando más de lo normal puedo manejarlo, sigo teniendo el control de la situación como siempre, manteniendo las distancias de seguridad, pero siento que se me empieza a ir de las manos. Cada vez que se va tengo más ganas de pedirle que se quede. Una tortura. Simplemente no puedo contestarle a la pregunta. Cuanto más lo pienso más escucho la voz de mi madre diciéndome que ya soy mayorcita.

Miles de mitos, leyendas y profecías como esta hablan de la existencia de un alma gemela. Esa otra parte de nosotros que nos complementa. Promesas de que todos tenemos una media naranja en cualquier parte del mundo esperándonos, mirando el mismo cielo cada día, acercándonos el uno al otro con cada paso que damos. Juro que puedo escuchar las risas de mi yo de dieciséis años. Prometen demasiado sin ninguna garantía y con bastantes riesgos. Pero cuando los besos queman sobre la piel y las dudas son solo creadas por el miedo, las probabilidades se reducen.

Por la tarde vuelvo a la misma fuente con mi cuaderno y el boli de urgencia. Quizás haya recuperado la insipración: “Soy solo otra aprendiz más de Platón. Solo una alumna a la que los árboles le impiden ver el bosque. Pero puede que viendo la misma cuestión desde otra perspectiva despeje las ramas que actúan como incertidumbre y me de cuenta de donde estoy y admita hacia donde quiero ir.”
Alicia Salazar

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