Uno, dos, tres... veo caer
los copos de nieve sobre Canfranc en esta noche de luna llena. Los
niños disfrazados de terribles criaturas ya van de casa en casa
chillando-¿Truco o trato?¡Es Halloween!-una invasión americana
más.
Me alejo de la ventana.
Veo a mi abuela con su poncho y la cara pintada de blanco colocando
el altar con la foto de mi abuelo, sus objetos personales, pan de
muerto, calaveras, velas y collares de
cempasúchil, la flor naranja del día de los muertos. Mi abuela es
mexicana y se niega perder sus tradiciones. De pequeña me contaba
viejas leyendas de su tierra como la Catrina, una diosa a la que
llaman la Dama de la muerte. En Mexico el día de los muertos es un
día de celebración, de reencuentro con los seres queridos, mientras
que en Halloween los niños se visten de monstruos para ahuyentar a
los malos espíritus. Llaman al timbre y mi abuela va a atenderlos.
Yo, ya adaptada, cojo el sombrero de bruja para seguirla pero,
entonces, escucho unos pasos que vienen del ático. Cada vez que se
oye una pisada arriba, aparece una huella en la nieve de la calle-es
broma- pienso.
Bajo
rápido por las escaleras y al irse los niños, veo que mi abuela
también se ha dado cuenta. Las pisadas se han mezclado pero
diferencio unas de hombre. Ahora las huellas corren cuesta abajo,
pasan cerca de la vieja estación y me llevan entre las calles.
Inevitablemente, las pierdo entre la gente. Una niebla recorre el
suelo y se extiende. De repente, sombras. De repente, sangre. De
repente, huesos. Los huesos se reconstruyen con carne y a la carne le
acompañan ropajes raídos. Poco a poco recuperan un rostro al que
poder mirar. Mi reloj apunta la medianoche: La hora de las brujas.
Algunos corren, otros se paran al ver a algún conocido. Los vivos se
mezclan con los muertos. Pero ellos no hacen daño a nadie, solo
vagan en la oscuridad. Yo sigo paralizada cuando...
Pum pum. Pum pum. Pum
pum. Mi corazón se dispara. ¿Eres tú? Me acerco a él mientras la
figura hace lo mismo. Acaricio su cara y él me observa tranquilo. Su
mirada inerte me calma-hemos hecho un trato con la Muerte-dice
Samuel-tenemos una noche en la tierra de los mortales y he pensado
venir a verte. Aún se reflejan las heridas del accidente de coche
que mató a mi novio hace dos años-¿y a dónde vamos?-pregunto sin
más-hoy lo material y lo espiritual se funde, quiero enseñarte tu
querido Mexico. Con solo pensarlo viajamos a Michoacán, del que
había oído hablar a mi abuela. Un lugar lleno de música, de
cempasúchils, de calaveras de azúcar, de altares con frutos, de
velas en los panteones... Se han preparado para reunirse con sus
familiares y lo celebran alegremente como un milagro. Es el día de
los muertos. Nosotros bailamos un buen rato y, finalmente, nos
sentamos.
-Antes solo podíamos
salir como espíritus-explica Samuel-la última vez vine aquí
después de visitarte. Me hablaste tanto de esto... me encanta cómo
lo viven.
-¿Cómo es la muerte?
¿Sufriste?
-Sí, pero no duró mucho
¿Sabes? allí abajo es todo tan oscuro... pero ya no hay miedo, ni
dolor.
Le abrazo y le beso sin
importarme el hecho de que esté muerto. Entonces lo pienso.
-Pero... ¿Qué le
disteis a cambio a la Muerte por regresar una noche?
El sol estaba saliendo y
la noche llegaba a su fin.
-Le
prometimos la vida de un ser querido. Le vendí tu alma.
Alicia Salazar
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