domingo, 2 de marzo de 2014

Frío cuerpo

 Una gota de agua recorre su brazo, lentamente, haciéndose notar. La gota, ajena a todo, sólo entiende de fuerzas: la que le hace deslizarse hacia abajo, la que le une a su piel y la que impide que se volatilice y se desintegre en el frío aire que nada hace por aliviar una situación que parece suspendida en aire, a punto de caer y romper. Pocas veces nos percatamos de aquello que impide que acabemos como pedazos de nosotros, como despojos de lo que un día nos hizo sentir orgullo, acabando esos trozos unidos por parches y remiendos de olvido o en el suelo, retorciéndose de dolor por lo que fue o lo que pudo ser. Solemos llegar tarde. Casi siempre es demasiado tarde para todo.

La gota cae. Abandona su cuerpo para lanzarse al vacío. Como si huyera de aquello que no llega a entender. Como si en un atisbo de lucidez la locura del suicidio fuese la única consecuencia cuerda. Escapa de lo que ha visto, escapa de sí misma hace dos míseros segundos, cuando el abismo aún parecía lejano y no quiso hacer nada para evitarlo.

La piel de ella, pálida, ni siquiera está caliente. El abrazo de él poco puede hacer. Su cuerpo lo había perdido absolutamente todo y él tampoco tiene mucho que ofrecer. Y nada que sirva. Hunde su cabeza en su cabello húmedo, y en el fondo encuentra su olor. Nunca más lo olerá. Desaparecerá en el aire y en el tiempo y ¿qué será de él?

Una nueva gota comienza su camino, perezosa, y será el aviso de que habrá muchas más, de que habrá tormenta. Serán esta vez desde más arriba y su recorrido, más corto, parecerá perderse para buscar ése olor. La aprieta fuertemente y ella se deja, ¿qué va a hacer? Son dos cuerpos entrelazados, abrazando un triste adiós.

Melo




No hay comentarios: