Supongo
que, para variar, en esto también voy al contrario del mundo. No considero que
los seres humanos luchemos contra la muerte. Considero que nos preparamos para
morir desde el primer momento en que nacemos.
Todos
los logros, las metas, los objetivos… Los intentamos conseguir con el propósito
de que, cuando llegue el fin, uno se pueda sentir noble de recibir en brazos a
la muerte.
Todas
las experiencias de la que aprendemos, todos los sufrimientos sobre los que
ganamos formas de sobrevivir y adaptarnos, todos los llantos y las dudas… Se
generan con el propósito de que, cuando llegue el fin, podamos aceptarlo tal y
como viene. Porque en la vida hemos sufrido cosas peores y nos sentimos en paz..
En el
fondo, la vida es una preparación para la muerte. Todo lo que hacemos tiene el objetivo
de conseguir llegar al final de la vida con más o menos certeza de haber hecho
todo lo posible para mirar de frente a la muerte y decirle: “sufrí mucho, pero también fui muy feliz en
vida. Tú, muerte, nunca sabrás lo que es notar el frío en los huesos, los
pulmones a punto de salirse del pecho cuando sientes cómo tu hijo está
naciendo, el corazón a punto de explotar de alegría cuando tu actual marido te
miró por primera vez. No sabrás nunca lo que es un orgasmo, una discusión, un
baile, un rayo de sol sobre la piel… La brisa del mar o el viento de los
bosques. No lo sabrás y yo sí.”
No
podemos pensar que no estamos preparados para nuestra propia muerte porque es
cierto que nos estamos entrenando a cada paso que damos hacia ella.
Lo
que no podemos decir es que estemos preparados para aceptar la muerte de otros.
Ahí es donde estamos mal hechos.
El
sufrimiento, el vacío, la necesidad de abrazar de nuevo al otro, de verlo
sonreír, de compartir momentos con esa persona, de volver a preguntarle unas
mil veces más por sus inquietudes, sus vivencias, sus felicidades y sus
tristezas…
Para
eso sí que no estamos preparados.
Nadie
nos enseña a cómo no arrepentirnos por lo no vivido con él, por lo no sentido,
compartido o no apoyado… Nadie nos enseña a sufrir sin silencio cuando perdemos
a alguien.
Es
injusto y un tanto egoísta que llevemos toda una vida preparándonos para
nuestra propia muerte pero que necesitemos esta y otras dos más para digerir
las pérdidas de otros.
Esto
me hace pensar en el egoísmo humano. Y quizá, solo quizá, esto me dé cierto
atisbo de esperanza sobre la naturaleza humana. Quizá, cuando la sombra negra
acecha, se descubren nuestros verdaderos afectos hacia los demás. El orgullo se
desvanece y aparece el amor y la necesidad de los demás. No somos tan
individualistas como nos hacemos creer y esto es gracias al señor de capucha y
guillotina.
Es
triste. Muy triste. Pero cierto, muy cierto.
Neko
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