Los témpanos de luz gris que filtraban las persianas apenas
le ayudaban a distinguir las palabras escritas sobre el papel. Diciembre
siempre había sido un mes cruel con él. Sin embargo, no se atrevió a encender
la lámpara que dormitaba junto al escritorio por la misma razón por la que
llevaba abrigo. La mudanza no les daba tregua. El salón, inundado de cajas con
todas sus pertenencias, olía al té que ya se había enfriado en su taza. Habían
pasado tres semanas y todo seguía siendo un caos.
El apartamento no era acogedor como el anterior. ¿Acaso era
aquello un hogar? Ni siquiera se planteaba la respuesta. Mientras contemplaba las
paredes plagadas de humedades y entornaba los ojos para ver el vaho de su
respiración, sentía una paz que creía haber olvidado.Sería que ese antro, que
parecía resistente a la limpieza, estaba despojado de todo recuerdo. Sería que
esa nevera sin imanes no le atosigaba a preguntas sobre su estado de ánimo.
Sería que podía permitirse pagar el alquiler, además de encender la luz y los
radiadores cuando los niños estaban en casa.
Así, con la calma que el frío y el desorden le regalaban,
volvió la mirada hacia el periódico. Una noticia más, los niños saldrían de
clase en una hora.Recorrió la noticia y
suspiró. Cerró el periódico y lo apartó. Cogió papel, boli, y escribió:
Querida Carla, querido Luis:
No sé cuántos años tenéis ahora mismo, pero
estoy seguro de que lo primero que habréis hecho será coger la foto de mamá.
Ahora, mientras os escribo, tenéis 10 y 7 años
respectivamente y estáis en clase de piano. Sé que vuestra vida no ha sido
fácil, que os habré fallado muchas veces. Pero estoy
convencido de que, cuando leáis esto, os habréis convertido en dos personas
valientes y valiosas. De esas que se hacen querer.
Por eso, solo tengo una cosa que deciros. Nunca
os rindáis. Cuando murió mamá, yo estuve a punto de hacerlo. Creedme, la
desesperación estuvo a punto de llevarme de viaje en muchas ocasiones. Cuando
no pude pagar la hipoteca, cuando me preguntabais si algún día volvería, cuando
os poníais enfermos, cuando llegó el día de la madre por primera vez.Y sé que
quedan todavía muchas más por venir. Cuando tengáis deberes de matemáticas que
ella hubiese sabido explicar mucho mejor, cuando os rompan el corazón, cuando
os metáis en problemas, cuando necesitéis un beso cálido y no que os revuelvan
el pelo.
No toméis esto como una excusa. Lo que os
quiero decir es que la vida, a veces, nos aprieta la garganta con todas sus fuerzas,
como las lágrimas cuando no las dejamos salir. Lo que os quiero decir es que
pasaréis por problemas distintos de los míos, más o menos duros. Pero, aunque
la vida apriete, siempre nos deja elegir. Los problemas económicos, los
insultos, la soledad, la enfermedad… nunca son una excusa. La tristeza y la
frustración, si vosotros queréis, llevan de la mano la fuerza de voluntad. Las
ganas. No os voy a engañar, yo soy uno de los débiles, de los que miró hacia
abajo desde el borde del acantilado. Yo no tuve mis propias ganas, pero, como
las mías fuisteis vosotros, os voy a educar para que nunca os rindáis.
Os quiere,
Papá
Metió el papel doblado
en un marco, detrás de la única foto que había desempaquetado, y salió. Iba a
tener que correr para llegar a tiempo al colegio. En el escritorio, la portada
del periódico rezaba:
Los suicidios aumentan un 11% en un año
Los psiquiatras creen “llamativo” el dato, pero aún no
se atreven a establecer una relación con la crisis.
Djalí
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