Acaba la conversación, las
miradas se apagan, te toca regresar a casa con las manos llenas de frases
hirientes y un corazón vacío por lo que acaba de perder. Acaba de perder a la
persona con la que llevaba años paseando de la mano, tratando de generar
proyectos futuros con más o menos acierto, pero haciéndose ilusiones.
Todo eso no está, ya
no será así. TODO. Siempre pueden quedar resquicios de esperanza, de que en un futuro
se pueda revolver al mundo de emociones generado entre sus sonrisas, puntos
fuertes y débiles, entre sus palabras… Pero no. Tu racionalidad te lo llevaba
meses diciendo y tú aun ni siquiera lo has podido asimilar.
Vuelves a casa como
puedes, aguantándote las lágrimas solo porque no quieres que te pare nadie por
la calle, porque te avergüenza decir que, lo que parecía perfecto, era un
cúmulo de imperfecciones malsonadas.
Llegas al fin. Te recoges.
Suspiras. Consigues dormir algo. Al día siguiente no hay ningún “¡Buenos días
amor! ¿Qué tal has dormido hoy?”…
¿Te podrás acostumbrar? No
lo sabes. Prefieres llevar la vida como buenamente puedas hasta que otros temas
consigan distraerte un poco.
Los meses van pasando, y la
sensación de necesitar que alguien te abrace por la espalda todas las mañanas
puede persistir pero entonces… Empiezas a apreciar las ventajas de esta nueva
situación para ti.
Comienzas a descubrir lo
que es vivir sin ataduras. Quien dijo que el amor es libertad, no conoció a mi
ex.
Aprendes a que, las
películas sin nadie estorbándote a tu alrededor se disfrutan más, que puedes ir
al cine con amigos sin oír comentarios de recelo a tus espaldas. Aprendes a
encontrar nuevos significados a las canciones en tu cama de 90 sin que nadie te
ocupe manta. Aprendes a buscar nuevos planes con amigos antiguos, que incluso
dejaste abandonados. Puedes dosificar más tu tiempo y tu economía te lo
agradece. Hay más caprichos propios. Aprendes a descubrirte a ti mismo, tus
gustos propios. Puedes ir a ver la película que tú quieres y no tienes que
soportar moñadas que el otro quería ver. No tienes que rendir cuentas a nadie
sobre qué hiciste la noche anterior, sobre quién es el que está esta mañana en
tu cama, sobre por qué ayer no pudiste llamar a nadie solo porque no estabas
para nadie, sino solo para ti.
Habrá quien diga que de
estas cosas ya disfruta estando en compañía. Y me alegro por ellos. Pero
cuando, tras 4 años, te encuentras solo de la noche a la mañana tienes que
redescurbrir estas cosas, o estarás perdido en un montón de autotorturas
pensando en lo perdido, lo no vivido, lo no recorrido en manos de otro poeta…
Un buen día descubres que
te has levantado y lo primero que has mirado ha sido el móvil. Pero esta vez no
es para mirar si alguien se ha acordado de ti, sino porque estás deseosa por
ver las nuevas confirmaciones de un festival. O porque quieres saber qué
ocurrió con el chico al que se ligó tu amiga. O porque estás deseosa de saber
cómo va el caso Noos...
¿Por qué tenemos que hacer depender nuestra
felicidad de unos cuantos caracteres colados entre mensajes subliminales? Aprendes a convivir con las tonterías que otros
chicos buscan en ti pero sabiendo a la perfección que no van a conseguir ni un
pedazo de tu corazón.
Sigue frio. Sin ganas de
conocer a nadie. Sigue en periodo de reposo.
Y tú mientras, aprendes a
regañadientes que tener más tiempo para una misma es algo tan valioso que, en
el momento en el que llegue alguien, va a tener que hacerlo excesivamente bien como
para que tú quieras compartir esos segundos de libertad…
Neko
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