martes, 18 de marzo de 2014

Fin.

Acaba la conversación, las miradas se apagan, te toca regresar a casa con las manos llenas de frases hirientes y un corazón vacío por lo que acaba de perder. Acaba de perder a la persona con la que llevaba años paseando de la mano, tratando de generar proyectos futuros con más o menos acierto, pero haciéndose ilusiones.
Todo eso no está, ya no será así. TODO. Siempre pueden quedar resquicios de esperanza, de que en un futuro se pueda revolver al mundo de emociones generado entre sus sonrisas, puntos fuertes y débiles, entre sus palabras… Pero no. Tu racionalidad te lo llevaba meses diciendo y tú aun ni siquiera lo has podido asimilar.
Vuelves a casa como puedes, aguantándote las lágrimas solo porque no quieres que te pare nadie por la calle, porque te avergüenza decir que, lo que parecía perfecto, era un cúmulo de imperfecciones malsonadas.
Llegas al fin. Te recoges. Suspiras. Consigues dormir algo. Al día siguiente no hay ningún “¡Buenos días amor! ¿Qué tal has dormido hoy?”…
¿Te podrás acostumbrar? No lo sabes. Prefieres llevar la vida como buenamente puedas hasta que otros temas consigan distraerte un poco.
Los meses van pasando, y la sensación de necesitar que alguien te abrace por la espalda todas las mañanas puede persistir pero entonces… Empiezas a apreciar las ventajas de esta nueva situación para ti.
Comienzas a descubrir lo que es vivir sin ataduras. Quien dijo que el amor es libertad, no conoció a mi ex.
Aprendes a que, las películas sin nadie estorbándote a tu alrededor se disfrutan más, que puedes ir al cine con amigos sin oír comentarios de recelo a tus espaldas. Aprendes a encontrar nuevos significados a las canciones en tu cama de 90 sin que nadie te ocupe manta. Aprendes a buscar nuevos planes con amigos antiguos, que incluso dejaste abandonados. Puedes dosificar más tu tiempo y tu economía te lo agradece. Hay más caprichos propios. Aprendes a descubrirte a ti mismo, tus gustos propios. Puedes ir a ver la película que tú quieres y no tienes que soportar moñadas que el otro quería ver. No tienes que rendir cuentas a nadie sobre qué hiciste la noche anterior, sobre quién es el que está esta mañana en tu cama, sobre por qué ayer no pudiste llamar a nadie solo porque no estabas para nadie, sino solo para ti.
Habrá quien diga que de estas cosas ya disfruta estando en compañía. Y me alegro por ellos. Pero cuando, tras 4 años, te encuentras solo de la noche a la mañana tienes que redescurbrir estas cosas, o estarás perdido en un montón de autotorturas pensando en lo perdido, lo no vivido, lo no recorrido en manos de otro poeta…
Un buen día descubres que te has levantado y lo primero que has mirado ha sido el móvil. Pero esta vez no es para mirar si alguien se ha acordado de ti, sino porque estás deseosa por ver las nuevas confirmaciones de un festival. O porque quieres saber qué ocurrió con el chico al que se ligó tu amiga. O porque estás deseosa de saber cómo va el caso Noos...
¿Por qué tenemos que hacer depender nuestra felicidad de unos cuantos caracteres colados entre mensajes subliminales? Aprendes a convivir con las tonterías que otros chicos buscan en ti pero sabiendo a la perfección que no van a conseguir ni un pedazo de tu corazón.
Sigue frio. Sin ganas de conocer a nadie. Sigue en periodo de reposo.
Y tú mientras, aprendes a regañadientes que tener más tiempo para una misma es algo tan valioso que, en el momento en el que llegue alguien, va a tener que hacerlo excesivamente bien como para que tú quieras compartir esos segundos de libertad…

 Neko

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