Se levanta, se estira,
mira hacia los lados y… Salta. Salta de la cama y cae de pie al mundo de
posibilidades que le brinda esa mañana otoñal, esa mañana que tiene un brillo
especial, una luz más nueva. Encuentra el café casi preparado, sonríe y agradece que ese día su madre esté de
buen humor. Sale a la calle y, el frío repentino le hace querer correr hasta su
punto de encuentro. Música alta, sonrisa abierta. Es un buen momento para poder
comprobar las capacidades físicas que lleva tanto tiempo sin usar. Se pone a
correr y, a los dos minutos decide desistir porque la falta de oxígeno le está
haciendo empezar a oír unas voces extrañas…
No nos vamos a engañar. No
es buena en ejercicios físicos extremos como el footing.
Cuando decide que lo mejor
es volver a su casa con el rabo entre las piernas por la vergüenza de no poder
correr ni media hora… Se acuerda de aquellas tardes en las que paseaba por esos
paisajes que le hacían iluminar su vista y su día. Se acuerda de que eso sí la hacía sentir viva.
Vuelve ahí. Explora y
sonríe. Siente cierta añoranza por los recuerdos que le vienen a la mente pero
decide dejarlos aparcados junto a su miedo. Salta de nuevo y observa. Observa el
rojizo de los árboles, tristes porque saben que pronto el cierzo les va a desnudar. Observa el cristalino del agua que pasea junto a ella, los gritos de esos niños
siniestros que corren a su alrededor, los pájaros revoloteando por las montañas
de alrededor…
Respira y vuelve a oler
ese olor a pino. Ese olor a verde. Ese olor a vida.
Coge aun más aire y lo
exhala hasta el punto en el que siente que no puede más, que la respiración ya
no es corta sino larga y pausada. Por fin puede tener tiempo para dejar que a
su cerebro le llegue el oxígeno que hacía meses que no sentía.
Respirar y pensar. No se
podría estar mejor… En ese rincón del mundo. Sabe que nadie la va a poder encontrar ahí y se siente protegida.
Los valles la miran y le piden que se quede con ellos, a vivir refugiada de la monotonía y de las exigencias. Siente que nadie va a poder llegar a entender la belleza de ese sitio y la vida que hay bajo sus pies. Sufre por los que nunca tendrán esa sensación y a la vez se alegra de ser una loca afortunada.
Su racionalidad le dice que es hora de volver aunque la rutina se hace más
amena con esos nuevos recuerdos, esas luces, esos verdes y esos olores a hierba
salvaje. Se relame. Forjar recuerdos más
firmes le hace sentirse segura para tomar nuevas decisiones en el mundo
cambiante que le espera a la vuelta de la esquina.
La paz que siente la hace
sentirse feliz. Simple. Libre. VIVA.
Neko
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