viernes, 14 de marzo de 2014

Treinta segundos


Abro la puerta y salgo. El sol me ciega. Me pongo las gafas. Echo la mano al bolsillo y tanteo. Las llaves, el móvil… aquí. Saco un cigarro y lo enciendo. Aspiro hasta que el humo me inunda los pulmones y pienso. Vida. Últimamente esa palabra me ha dado mucho que pensar. De repente me da por reír. Quizá porque me doy cuenta de la ironía del momento. Dicen que cada cigarro te roba treinta segundos a mano armada. Cómo explicarle a mi médico que a mí el tabaco me ha dado la vida. La conocí cigarro a cigarro.

Estaba en la biblioteca. Como concentrarme nunca había sido mi fuerte, solía quedarme hasta tarde. Las horas se me resbalaban entre los apuntes, la sala cada vez estaba más vacía. Me estaba quitando la manía de morderme las uñas, así que giraba el boli entre los dedos. Se me cayó. Me agaché. Me incorporé. Pasó. Vaqueros, camiseta y ojeras hasta los tobillos. Secuestrada por los exámenes, como yo. Se marchaba.

Incapaz de hablarle o de sonreírle, salí a fumar para verla unos segundos más por si eran los últimos. Apoyado en la pared, ella se alejaba. Se agarraba a mi retina como la nicotina en mis dientes. Ni una triste mirada, y yo, animal herido, tiré la colilla con desdén.

Doy otra calada mientras sigo recordando.

Septiembre. Mismos apuntes, misma mesa, mismo boli. Biblioteca hasta los topes. Salí a fumar y la vi, casi me había olvidado de ella. Hizo caso omiso de mi presencia y entró. No me lo podía creer cuando, instantes después, salió y me pidió fuego. Un poco de conversación banal. Entramos. Había cogido sitio enfrente de mí y yo no podía esperar a ofrecer mis plegarias a los dioses de septiembre aquella noche. Así, empecé a conocerla, descanso a descanso, cigarro a cigarro.

Tercera calada.

Por fin había aprobado todo y, evidentemente, iba bastante borracho. Salí del bar y escuché a alguien llorar. Ese bulto del portal de al lado era ella. Me acerqué: “Hola, soy el chico de la biblioteca. ¿Estás bien?”. Era obvio que no y que yo era un idiota. A trompicones me contó que la había dejado su novio. Conseguí mantenerme impasible y hasta puse un poco de cara de pena. Era idiota pero no como para mostrar lo que realmente sentía. Así que: “¿Quieres un piti?”. “Sí, gracias”.

Cuarta calada.

Empecé químicas. Mis compañeros eran bastante inútiles y ya estaban preparando una cena de clase. Me escapé a fumar. Ella. ¿Física? ¿En serio?

Quinta calada

Me aprendí sus horarios de memoria pero mis profesores parecían empeñados en hacerme la vida imposible. Al final, harto, me salté una clase para coincidir con ella. “¿Nos echamos un café y un piti?”

Doy la última calada al que será mi último cigarro. Hoy ha nacido Diego, nuestro primer hijo. Piso la colilla. Sí, fumar me ha dado la vida pero no pienso desperdiciar ni un segundo más de ella.

 Djalí.

No hay comentarios: