“¿Hay alguien ahí dentro? ¿Acaso todavía existe algo puro dentro de
mí? ¿Quizás un último reflejo de mis
pensamientos en un alma podrida y corrompida? El cielo se ha fragmentado en mil
pedazos y el abismo se cierne sobre mi corazón, que golpea las lágrimas que
ensuciarán este papel. Mi llanto es un aullido de auxilio una noche de luna
llena, una cobarde súplica de mis miedos, el titubeo del niño que siente como el
fracaso se apoderó de sus sueños.
Ahora la soga del tiempo rodea mi garganta, los demonios devoran con
ansiedad los hilos que me atan a la vida. Me rodean las pesadillas, me acusan
los susurros de mi conciencia, me pierdo entre los laberintos de mi carcomida
moral. Querría huir. Romper las cadenas que atan mi respiración con mis
sentimientos, destrozar todo vínculo existente, gritar hasta abrir en dos mi
pecho. Pero no hay marcha atrás.
Soy un monstruo, un enfermo en coma racional, un loco preso del calor
de tu mirada, de tus ojos, de tu boca. Soy un vagabundo entre el oleaje que sin
tu amor, poco más puede perder. Un errante sin patria que habita en el olvido
de la razón, que ha pintado el aire con el olor de tu piel.
La desesperación inunda mis venas, único testigo de mi muerte. Testigo
de cómo el amor mató a aquel pequeño bohemio que soñaba con cantos de juglares,
con ninfas y sirenas, con la felicidad surgiendo a través de unos labios de
mujer, de tus labios. Testigo de cómo la pasión vació mi corazón de toda
esperanza, de cómo el cruel destino me arrancó los ojos y devoró hasta el destello
más minúsculo de mi ser. Afortunadamente nunca más presenciarás el horror de mi
existencia, de mi moribundo espíritu que amenaza la vida de una forma que va
más allá de los límites que abarcan mi cuerpo.
Perdóname, por ser un engendro de nuestro ya marchito amor, por ser un
esclavo de tus caricias. Ahora, que ya me voy, la paz inunda mi ser. Sé feliz,
te lo ruego. Pero perdóname, solo así seré libre una vez más.”
Drizzt
Beleren
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