lunes, 3 de marzo de 2014

Carta de suicidio

“¿Hay alguien ahí dentro? ¿Acaso todavía existe algo puro dentro de mí?  ¿Quizás un último reflejo de mis pensamientos en un alma podrida y corrompida? El cielo se ha fragmentado en mil pedazos y el abismo se cierne sobre mi corazón, que golpea las lágrimas que ensuciarán este papel. Mi llanto es un aullido de auxilio una noche de luna llena, una cobarde súplica de mis miedos, el titubeo del niño que siente como el fracaso se apoderó de sus sueños.

Ahora la soga del tiempo rodea mi garganta, los demonios devoran con ansiedad los hilos que me atan a la vida. Me rodean las pesadillas, me acusan los susurros de mi conciencia, me pierdo entre los laberintos de mi carcomida moral. Querría huir. Romper las cadenas que atan mi respiración con mis sentimientos, destrozar todo vínculo existente, gritar hasta abrir en dos mi pecho. Pero no hay marcha atrás.

Soy un monstruo, un enfermo en coma racional, un loco preso del calor de tu mirada, de tus ojos, de tu boca. Soy un vagabundo entre el oleaje que sin tu amor, poco más puede perder. Un errante sin patria que habita en el olvido de la razón, que ha pintado el aire con el olor de tu piel.

La desesperación inunda mis venas, único testigo de mi muerte. Testigo de cómo el amor mató a aquel pequeño bohemio que soñaba con cantos de juglares, con ninfas y sirenas, con la felicidad surgiendo a través de unos labios de mujer, de tus labios. Testigo de cómo la pasión vació mi corazón de toda esperanza, de cómo el cruel destino me arrancó los ojos y devoró hasta el destello más minúsculo de mi ser. Afortunadamente nunca más presenciarás el horror de mi existencia, de mi moribundo espíritu que amenaza la vida de una forma que va más allá de los límites que abarcan mi cuerpo.

Perdóname, por ser un engendro de nuestro ya marchito amor, por ser un esclavo de tus caricias. Ahora, que ya me voy, la paz inunda mi ser. Sé feliz, te lo ruego. Pero perdóname, solo así seré libre una vez más.”



Drizzt Beleren

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