domingo, 30 de marzo de 2014

Víctimas

Miró dos veces a cada lado antes de cruzar. La oscuridad competía con el silencio. Se fió de este último y no erró. Al llegar al otro lado se puso los cascos, encendió la música y empezó a andar a lo largo del oscuro camino. Le gusta andar por las noches. Los paseos nocturnos le son reconfortantes, la tranquilidad en su estado puro. Y esas escapadas ilusionantes y prohibidas al parque de Marta eran más reconfortantes todavía.
Llevaban saliendo un par de semanas, esa temporada en la que todavía no te conoces y la ilusión por conocer es mayor que cualquier sentimiento. La comodidad y el bienestar del amor se hacen más fuertes luego, y la necesidad de hacer esas locuras, menos notoria.
En su cabeza sonaban las canciones tranquilas que reproducían unos bonitos cascos, mezcladas con ese aire de optimismo que la vida le brindaba.
Sus visitas normalmente se alargaban un par de horas, y tras unas eternas despedidas él volvía con una sonrisa un poco más pronunciada que en la ida. Cuando llegaba a casa, tenía cuidado de no despertar a sus padres y hermano, que madrugaban para trabajar y coger el bus escolar.
Iba pensando en su vida cuando un hombre se le acercó. El ímpetu nervioso con el que lo hizo le hizo sobresaltarse. Atropelladamente le dirigió palabras en tono imperativo que él no consiguió descifrar. En lenguaje extranjero, implorando, él le pedía que le diera aquello que tuviese de valor, mezclado con torpes intentos de justificación.
Para el hombre era la primera vez que hacía esto. Había estado viendo como cada noche, sin poder dormir, pasaba un chico delante de su puerta con un aire de felicidad, mientras él no tenía qué hacer para dar una vida digna a sus hijos. Poco a poco fue urdiendo la idea de esperarle más adelante, lejos de su casa y poder robar un bocado de esperanza.
Y allí estaba, ante la atónita mirada del chico que no llegaba a entenderle. Acercó el cuchillo que había traído de casa y el chico se asustó sólo un poco más de lo que lo estaba él. El niño retrocedió con torpeza y trastabilló. Cayendo hacia atrás, su cabeza, que no estaba preparada ante esa situación, fue movida por la inercia libremente, describiendo un arco que acabó hundido en el bordillo de la acera.
Paralizado, no sabía que hacer. Se acercó al chico, que inerte y clavado al suelo tenía una cara desfigurada de sorpresa. Se acercaba temblando, mientras oía una simple canción de fondo, la cual absorbía los matices de la escena para convertirse en una canción realmente triste.
Empezó a llorar desconsoladamente. Él no quería esto, era lo último que hubiera deseado ver. Se acercó lentamente y, mientras buscaba entre sus ropas, se sentía miserable y se preguntaba cómo podría ahora mirar a sus hijos.
Cuando llegó al iPhone y paró la música, el silencio de muerte era tan fuerte que tuvo que huir lo más deprisa que pudo, no fuera a hacerle víctima a él también. La vida de los suyos ya era lo suficientemente ruinosa, y sus hijos, lo necesitaban.

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