domingo, 23 de marzo de 2014

Sin nada

Ayer soñé que moría. No era una muerte lenta y dolorosa, sólo acababa muerto. Dormí con la ventana abierta, pero no sentía frío.
En el sueño, como excepción, podía pensar después de muerto. Reflexioné, solo y en completa oscuridad, durante lo que parecieron eternos siglos, mientras la ventana seguía abierta. "¿Esto es la muerte?" pensaba y me dejaba ir a la deriva en un mar de ideas que acababan en la misma: no existir. Ni hacer ni pensar, vacío. Me desperté sobresaltado, atorado en un callejón sin salida: no podía pensar estando muerto.
Hoy no he podido dormir. La misma cara seria me ha acompañado en las horas, los minutos y los segundos. Rodeado de risas, de gente, de lo que fuese, estaba solo. Solo con mis pensamientos. La ventana, abierta de par en par, parecía tan impasible como yo. Di vueltas en la cama, sudando y dejando mi lecho como un recalentado nido de vida rezumada. Me levanté y me dirigí a la ventana. Noté como me quitaba poco a poco el calor.
Allí, de pie, mirando las estrellas brillar, tuve una revelación. Nada importa. Nos esforzamos en sentirnos vivos en un mar inerte de nada hecha algo. Todo cambiaba y, al final, era la misma nada tan desagradable como agradable. Somos una pequeña fluctuación en la cómoda tranquilidad de un descomunal y sobrecogedor universo.
Me senté en el borde de la ventana y ni así conseguía sentirme vivo. Notaba la impasibilidad del aire que pasaba a mi lado indiferente, siguiendo las leyes que rigen el mundo. Respiré hondo ese aire y cerré los ojos. Sentí la abrumadora soledad en cada nervio de mi cuerpo.
El amanecer me sorprendió cuando más frío sentía. Lentamente, me bajé y cerré la ventana. Pasaron largos minutos hasta que me decidí a moverme, y a continuar mi exánime vida.

Melo

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