“Cloc, cloc, cloc”-pego
tres taconazos y me siento en el taburete de la barra-un martini, por
favor-le pido al camarero. El asiente y dice-Bienvenida a casa,
señorita Blasco-yo le ofrezco una de mis clásicas medias sonrisas y
me giro para ver el espectáculo del escenario que aprobamos en
octubre. Acaba el show y Vega sale para agradecer los aplausos del
público. Como siempre un éxito. Finalmente, baja donde la espera
Blanca y ambas caminan entre las mesas hacia mí.
Recuerdo cuando nos
conocimos frente a ese escaparate de Dior. Cada una esperaba llegar a
ser una de esas elegantes mujeres que salían de la tienda con la
ropa del los maniquís. Solo éramos tres jóvenes españolas en
París en busca de un vida mejor que las que nos esperaba en casa.
Nos fuimos conociendo y dejamos de ser solo Vega (la estudiante de
música y danza), Blanca (la modista y decoradora) y Alma (la
empresaria), para hablar de “nosotras”. Descubrimos que en esta
ciudad de la luz también había sombras. Un día era un corazón
roto por el vecino francés, otro un rechazo en la revista de moda
Elle, otro una puñalada de una compañera que quería el mismo
puesto... pero no importaba porque todas estábamos ahí. Nos
poníamos monas y salíamos a los bares de la ciudad para recordarnos
que siempre pisábamos fuerte después de las caídas y que juntas
todavía mas.
Tuvimos una idea. Las
tres pusimos nuestros ahorros y compramos un viejo local cerca del
centro de la ciudad. Con el tiempo lo transformamos en “Le Minuit”,
más que un cabaret. Se trataba de humor y elegancia, de clase y
modernidad, para gente joven. Cada una se encargaba de su materia:
Vega creó el show en el que al principio tuvimos que participar las
tres, Blanca decoró el nuevo establecimiento además de vestirnos
para el espectáculo y yo contraté a un camarero, traté con los
proveedores y trabajé en la publicidad. Amigas y socias. Pronto
ganamos dinero suficiente para contratar a más personal, más telas,
más bebidas, más carteles y anuncios televisivos... Nos extendimos
por el mundo. Por fin, las tres lucíamos trajes de Dior y Louis
Vuitton. Mujeres poderosas. Yo me alejé en viajes de negocios
asentándome en Nueva York mientras ellas hacían vida en París;
como Blanca, que ya ha formado una familia con Jacques y sus dos
gemelas. Yo solo las veía en vacaciones o reuniones generales, pero
ahora es distinto. He vuelto para quedarme tras delegar el cargo de
Nueva York a otro y dirigir la empresa desde su punto de origen.
Quizás nuestra antigua vida de día y noche juntas ya no sea lo
mismo.
Cuando llegan me dan un
fuerte abrazo, me miran cálidamente y exclaman: ¡Alma, te
prohibimos volver a estar tan lejos!-sus ojos no mienten, seguimos
siendo “nosotras”. Supongo que la amistad puede soportar la
distancia y el tiempo cuando se transforma en fraternidad.
Un día te encuentras con
unas personas que aguantan tus cambios de humor, que son capaces de
rebanar al que intente hacerte daño, que no se van cuando ya no les
interesa y que no solo aprietan los dientes contigo en los momentos
de dolor, sino que te ayudan a dejar de sentirlo. Y te aseguro que a
partir de ese día, pase lo que pase, ya nunca volverás a estar
solo.
Alicia Salazar
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