lunes, 21 de abril de 2014

Con nombre de guerra

Duerme la ciudad bajo la íntima luz de una luna que hoy parece perderse en el difuminado dibujo del firmamento. La oscuridad se esconde en el alma de una vela que resiste a apagarse, en una vieja melodía que recorre las paredes de la habitación; que recorre las paredes de su corazón. Las estrellas arden allí a lo lejos, demasiado dolor ensucia sus sentidos como para ser testigo de la maraña celestial.

Su piel, el frío roce de las mentiras, el cálido sudor que alimenta la rabia; su piel. Dos crudas manos imponen el ritmo del reloj, el tictac suena a delicia de un solo corazón en un juego de dos. Sus labios niegan la verdad, maldicen las miradas de unos ojos malditos que se pierden entre la frontera del goce y el remordimiento. Y su mente vuela, escapa de la prisión de su rutina, lejos, muy lejos.

Sobrevive en la trinchera de la vida, adeudando su juventud para poder permitirse el tan solo respirar. En este mundo de locos y enfermos, su cuerpo es la víctima del tráfico de sentimientos, de una esclavitud silenciada. Y su silencio, lleno de gemidos ajenos, de repulsiva lujuria y de abominable pasión, le acoge en las mañanas tristes donde el sol no transforma en rosas el pan prostituido de la encimera.

Ahora ella recuerda, entre lágrimas de papel y la tristeza del placer, el aroma del fracaso que le hizo perder la inocencia que alimentaba las noches de verano, aquellas en las que mirando al cielo soñaba con el amor de su vida.


Drizzt Beleren

No hay comentarios: