miércoles, 30 de abril de 2014

El ferry de Brooklyn

Temblar. Tiritaba de frío en la cubierta del ferry. Se avecinaba tormenta. Éramos veinticinco pasajeros cogiendo el ferry de Brooklyn a Manhattan para ir al trabajo. Ella siempre viajaba a mi lado. Comenzamos a hablar hacía una semana, May me contaba que soñaba con unas vacaciones en Viena. Temblaba de nervios. Aquel día iba a pedirle una cita, pero el destino nos aguardaba otro suceso. El agua de la bahía estaba picada, la lluvia sacudía el barco y un relámpago azul crujió el cielo. De repente, el ferry se volcó a la derecha. Todo ocurrió muy deprisa. Recuerdo sentir el tacto de su mano con la mía y al segundo siguiente desaparecer. Había agua por todas partes. Gritos. Golpes. No podía respirar. Me recogieron del agua vivo, pero ya no era el mismo.

Encontrar. Yo sobreviví, sin embargo, algunos no tuvieron tanta suerte. Encontré una May en la lista de supervivientes y otra en la de los fallecidos. Nunca me atreví a averiguar cuál era. De aquello hace hoy un año. Ahora solo cojo el metro, pero he decidido enfrentarme a mis temores y visitar el foco de mis pesadillas. Subo al ferry agarrándome bien fuerte a todo lo que alcanza mi mano y, aunque intento disfrutar de las maravillosas vistas de Mahattan, no lo consigo. Estoy orgulloso de mi mismo, no está siendo tan terrible... esta vez. Conforme llegamos, veo a una chica apoyada la barandilla del puerto observando el atardecer ¿Es ella o solo me lo parece? La joven se vuelve y se aleja. Cuando llego ya ha desaparecido... otra vez.

Querer. Quiero saber si es ella. He huido de esto durante demasiado tiempo. Sé que sería muy doloroso descubrir que ella es la de la “lista negra” pero ha llegado la hora de dar la cara al miedo. Tres días más tarde, consigo la dirección de May Tomson, la May viva, y voy a su casa.

Unir. Uno las piezas del rompecabezas más aterrado que en el ferry. Llamo al timbre. Nada. Llamo de nuevo. Nada. Una señora mayor del piso de enfrente sale y me lo cuenta-”Hijo, se fue ayer de viaje”-yo pregunto-”¿a dónde?”-y ella responde con las palabras clave-”a Viena”.

Idealizar. No lo dudo. Llamo al jefe y le pido esos días de vacaciones que me debe, compro un billete de avión y cojo el siguiente vuelo a Viena con solo una mochila a mi espalda. No sé si lo hago por mí mismo, por ella o por idealizar otra demencia creada por el accidente.

Enamorarse. Un vuelo transatlántico no es lo mejor para una persona con fobia al agua, pero evito pensar en ello. Recorro cada hotel de esta ciudad en busca de May Tomson... y, por fin, en el último me dicen que está allí registrada. Volverá a la hora de cenar porque está haciendo turismo. Estoy nervioso ¿Me he enamorado de una ilusión, de un fantasma o de alguien que a penas conocía?

Reaccionar. Tras esperarla varias horas intentando reconocer a alguien, salgo a la puerta del hotel para fumar un cigarrillo. Entonces, veo a una chica reclinada en el puente con la misma manía del ferry: se apoya sobre una pierna y da con el otro pié tres toques al suelo, pausa y otros tres toques. Reacciono, me acerco a ella lentamente y le toco el hombro.

Ofrecer. La chica gira la cabeza y observo el rostro de May. Mi May. No digo nada, solo la miro. Le cuesta pero finalmente me reconoce, lo noto en su sonrisa. Le ofrezco mi mano y digo-”Creo que nunca nos presentamos en condiciones, soy Dylan Collins, nos conocimos en un ferry”-estrecha mi mano y contesta-”May Tomson, encantada de volver a verte”.


Todos mis actos fueron una forma de enunciar lo que debí decirle en el ferry antes del accidente que unió nuestras vidas para siempre y, aunque yo no suela expresar lo que siento, ella lo sabe.

Alicia Salazar

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