Él era como el sol. Su rostro iluminaba mis oscuros
tormentos, su sonrisa calentaba la fría rutina que goteaba sobre el corazón.
Ella era como la luna.
Misteriosa se adentraba en lo más profundo de las noches para secuestrarme la
mirada, para alumbrar sin cegar.
Él guiaba mi sombra por el sendero exacto y apoyado
en mi espalda me empujaba a caminar.
Ella crecía ante mi
esperanza y disminuía frente a la adversidad.
Él se expandía a todos los rincones de mi vida.
Ella era el rincón desde
donde olvidaba ser yo.
Él era verano. Viajaba sin los grilletes del tiempo,
se perdía en una mente más ágil que sus pasos, sembraba imaginación en la arena
debajo de mis pies.
Ella era invierno. Su
gélida piel atrapaba mis pasos, sus susurros eran escalofríos, sus lágrimas
fina escarcha entre mis dedos.
Él me regalaba recuerdos e historias.
Ella me robaba poco a
poco mi corazón.
Él secuestraba mis preocupaciones, me hacía volar.
Juntos
Ella dormía mis
miedos, silbaba al viento una nana. Juntos.
Él era amistad.
Ella era amor.
Pero estalló el mundo
en mil pedazos. Cielo e infierno se desvanecieron, se entrelazaron frio y calor. Entramos poco a poco en el letargo,
donde no existen las estaciones, donde no suceden los días. Allí donde las
estrellas son los fragmentos de otra vida, de un pasado que carece de
significado. Los sentimientos se perdieron, fueron traicionados. Sudor y
lágrimas a partes iguales. Deseo encarnado en pecado. Mi alma violada por los
pilares de mi vida
Sucedió el eclipse
Drizzt Beleren
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