sábado, 19 de abril de 2014

Doble atardecer


Era martes. Creo que un 15 de abril. Marta y yo seguíamos juntos a pesar de todo. Nuestras vidas habían cambiado mucho en los últimos años. Marta, mi amor desde los 15 años había vencido a la leucemia y yo… ¿qué decir de mi?, había estado a su lado, siempre, en las buenas y en las malas.

Estuvimos cinco años en una habitación de un hospital. Cinco largos años que prometí que nunca volverían a repetirse. Por ello, cuando Marta venció esa enfermedad que estuvo años intentando matarla lo vendimos todo, dejamos nuestra ciudad y compramos un pequeño apartamento en la playa.

A Marta siempre le había gustado la playa y eso la hizo muy feliz. Todas las tardes, hiciese frío, calor, lloviese o incluso nevase paseábamos por la orilla, rozando el agua y sintiendo la libertad del mar. Se convirtió en una costumbre. 

Siempre. A la caída del sol Marta y yo estábamos descalzos en la playa. Alguna vez, cuando el paisaje era merecedor de una fotografía de álbum de novios Marta me besaba y me recordaba lo feliz que era por haber vencido la enfermedad.

Pero un día, dos meses después de haber cumplido 76 años empecé a sentirme mal. No quise preocupar a Marta así que la dejé en casa y fui al médico. Fui porque ya sabía que me pasaba algo y así fue. El cáncer estaba venciéndome, matándome desde dentro.

Los doctores me dijeron que ya era tarde para luchar. Dos o tres meses decían. Mi vida se vino abajo. Le había prometido a Marta que nunca más le haría pasar por más noches encerrada en un hospital, que nunca volveríamos a sufrir de esta manera…

Decidí llamar a nuestra hija. Mantener en secreto mi enfermedad y pasar mis últimos días con Marta. Después ella se iría a vivir con Rosa. Los días fueron pasando y me mantuve fuerte. Seguíamos yendo todas las tardes a ver la puesta de sol a la playa.

Cada día me encontraba peor. Sentía que mi último aliento llegaba. El final de mi vida se precipitaba sobre nosotros.

Era martes. Creo que un 15 de abril. Marta y yo fuimos a la playa, juntos, como todas las tardes. Decidí que lo mejor sería sentarnos para ver como se ponía el sol. Sabía que esa iba a ser nuestra última tarde juntos. Mi cuerpo no podía más.


Con el último rayo de sol mi vida se apagó, en el mar, junto a la playa, con Marta. 

Sarasvati

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