Amanece la mañana y tu mirada guarda cansada la palabra, no
tienes ganas de hablar y tus ojos hinchados lo corroboran. La noche no ha sido
la mejor de tu vida y las heridas aun están frescas... Quizá fuera bueno
echarles sal. No sé.
Ahogas las miradas y las intenciones en el fondo de café pero,
de repente, alguien te da un golpe cariñoso. En otros contextos lo habrías
interpretado como una llamada a la provocación pero ahora no quieres ni
saludar. No importa, lo entiende.
Las horas muertas de la mañana entre clases no mejoran pero
mientras tanto te van gastando bromas y te enseñan fotos absurdas de gatitos
que saben que en otro tiempo te hacían reír como una niñata tonta. En algún
momento consiguen sacarte una sonrisa tímida.
No tienes hambre pero te acaban convenciendo para pedir tu
pizza favorita y mientras ver unas series absurdas, como tú.
Por la tarde, tu pareja
en la soltería te saca a refrescarte las ideas y a calentar tu corazón de
abrazos y sonrisas, escuchas y habladurías. Te distrae con sus mil
historias divertidas y cargadas de cagadas, graciosas y absurdas, como ella.
Llega la noche, es jueves, tocará emborracharse. Las cervezas
se mezclan con debates que nunca llegarán a nada más que a unas risas
contagiadas por la moderadora de turno. Se añaden también las miles de
historias de hombres que se derritieron con sus insinuaciones y sus deseos
explícitos. Pero no solo se debate sobre el sexo, también viene el anecdótico
de turno a reír tiempos pasados, más simples y más inocentes.
Llegas al bar, ¡Tequila! El de siempre, tu hombre, el que
nunca te falla, te saca a bailar y te sonríe con el cariño que solo muestra en
días clave, cuando sabe que lo necesitas, que quieres de su calor y de sus
marujeos. El resto os mira mal, os da igual, vosotros los miráis peor. Y
sigues.
Quizá el tequila esté corriendo demasiado rápido por tus
venas. Ya te decían que alguien tan pequeñito no puede beber tanto.
Mareo, vértigos, recuerdos amargos pero aún más amargo es lo
que sale por tu boca. Llegas a casa entre risas y llantos, te agarran y hasta
te ponen música para amenizarte la borrachera. Te desrropan e incluso te
arropan...
Están siendo días
duros para los soñadores pero ellos siguen emperrados en sacarte la sonrisa,
los colores o los miedos y las dudas.
Son los únicos que no se sorprenden de tu genio pero sí de que
aun tengas las cosquillas en el mismo sitio. Son los que llegaron hace años,
las que te soportan día y noche, los que se fueron, los que llegarán. Los que
te agarrarán más fuerte cuando sonrías con los dientes y no con el alma, y los
que se reirán a carcajadas cuando les digas: “yo voy a cambiar, este tequila es
el último del que me encapricho”.
Neko
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