martes, 15 de abril de 2014

Breathe.

Te levantas, no respiras, es algo secundario. Desayunas pronto pero tarde, el autobús no te va a esperar así que sales corriendo y llegas a la oficina donde las rutinas te atrapan entre sofocos y responsabilidades, broncas del jefe y demandas del becario. No sabes cómo lo haces pero en algún momento coges aire para aguantar hasta la hora de la comida. Qué digo hora, los 15 minutos de descanso. Por la tarde, las horas pasan llorándole a la vida y preguntándole por qué te quitó las siestas el día en que acabaste la universidad y comenzó la monotonía.
Entre cafés y cigarrillos sobrevives el día y acabas cogiendo la bici. Pero sabes que solo lo haces para sentirte bien con las normas sociales, porque si por ti fuera irías en una Harley al trabajo. Si por ti fuera no, si por el jefe viniera y te subiera el salario.
Luchas con el cierzo, con las señoras que gritan, con la gente que habla sola y te para solo para seguir en su delirio circense y... Al fin, llegas a tu piso.
Todo el mundo se pregunta por qué lo elegiste tan lejos y tan pequeño. Ja. Alguien que mide metro 50 no necesita más de 30 metros cuadrados. Pero ese no es el tema.
Que… ¿Por qué elegí una casa alejada de la mano de Dios y de la contaminación acústica y lumínica? ¿Para poder poner Muse a tope a las 12 de la noche? ¿Para poder conquistar mentes ajenas sin tener miedo de que los gemidos de sus miradas traspasen a oídos cotillas? ¿Para poder gritar y cagarme en la puta o en sus hijos políticos cuando yo quiera? Sí, puede que por todo esto… Pero…
Especialmente lo escogí por las vistas y los colores. A cualquier hora del día puedo encontrarme con nuevos dibujos en forma de nubes o nuevos olores fundidos en colores entre las sombras de los árboles…

Pero aun hay una hora más especial del día por la que escogí este piso. Cuando atardece me gusta descubrir la mirada del sol, fundiéndose a lo largo de las montañas, guiñándome el ojo mientras me da las gracias por no ser como otros y por seguir disfrutando cada día de su despedida como si fuera la primera vez. Como si mi niña interior siguiera tan fresca como aquel día en el que aprendió a coleccionar todos los colores del ocaso. 
Es en ese momento en el que me permito respirar y romper el aire de la monotonía y demás tonterías de la vida. 
Neko

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