Te
levantas, no respiras, es algo secundario. Desayunas pronto pero tarde, el
autobús no te va a esperar así que sales corriendo y llegas a la oficina donde
las rutinas te atrapan entre sofocos y responsabilidades, broncas del jefe y
demandas del becario. No sabes cómo lo haces pero en algún momento coges aire
para aguantar hasta la hora de la comida. Qué digo hora, los 15 minutos de
descanso. Por la tarde, las horas pasan llorándole a la vida y preguntándole
por qué te quitó las siestas el día en que acabaste la universidad y comenzó la
monotonía.
Entre
cafés y cigarrillos sobrevives el día y acabas cogiendo la bici. Pero sabes que
solo lo haces para sentirte bien con las normas sociales, porque si por ti
fuera irías en una Harley al trabajo. Si por ti fuera no, si por el jefe
viniera y te subiera el salario.
Luchas
con el cierzo, con las señoras que gritan, con la gente que habla sola y te
para solo para seguir en su delirio circense y... Al fin, llegas a tu piso.
Todo
el mundo se pregunta por qué lo elegiste tan lejos y tan pequeño. Ja. Alguien
que mide metro 50 no necesita más de 30 metros cuadrados. Pero ese no es el
tema.
Que…
¿Por qué elegí una casa alejada de la mano de Dios y de la contaminación
acústica y lumínica? ¿Para poder poner Muse a tope a las 12 de la noche? ¿Para
poder conquistar mentes ajenas sin tener miedo de que los gemidos de sus
miradas traspasen a oídos cotillas? ¿Para poder gritar y cagarme en la puta o
en sus hijos políticos cuando yo quiera? Sí, puede que por todo esto… Pero…
Especialmente
lo escogí por las vistas y los colores. A cualquier hora del día puedo
encontrarme con nuevos dibujos en forma de nubes o nuevos olores fundidos en
colores entre las sombras de los árboles…
Pero
aun hay una hora más especial del día por la que escogí este piso. Cuando
atardece me gusta descubrir la mirada del sol, fundiéndose a lo largo de las
montañas, guiñándome el ojo mientras me da las gracias por no ser como otros y por seguir disfrutando cada día de su despedida como si fuera la primera vez. Como si
mi niña interior siguiera tan fresca como aquel día en el que aprendió a
coleccionar todos los colores del ocaso.
Es en ese momento en el que me permito respirar y romper el aire de la monotonía y demás tonterías de la vida.
Neko
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