miércoles, 23 de abril de 2014

Depredadores

En un mundo de acero existe otro paralelo, frío y crudo con un ritmo distinto. Mi mundo. Algunos me llaman Shasha, otros Colette, otros Lyla... Soy una ladrona. Robo porque es lo único que sé hacer. Robo por y con placer. Escojo uno que aparente tener recursos, sin importar la edad o si lleva alianza, y una vez captada su atención, les susurro al oído: “Esta es tu noche de suerte”. Lo demás viene solo... Es rápido: No hay necesidad de hablar, no me importa de dónde vengan y no necesitan una clave porque estoy desbloqueada. Cuando se dan cuenta están solos y con los bolsillos vacíos ¿Remordimientos? ¿Qué es eso?

Pero un día cambió todo. Buscaba una nueva presa cuando él apreció por la puerta, pidió su cóctel y me atacó antes de que yo pudiera hacerlo. Era atractivo, llevaba anillo, traje, rolex y de edad aceptable ¿qué podía perder? Él tenía un pisito solo para estas ocasiones. Sus labios sabían a cereza por el cóctel. Cada vez que abría los ojos solo veía esas sábanas negras luchando contra nuestros cuerpos. Nunca nadie me había hecho temblar como él. Me atravesó entera. Sus garras recorrían mi cuerpo mientras me mordía el cuello devorándome. Porque él no me acariciaba, me exprimía. No me sujetaba, me ataba. No me acompañaba en la carrera, me dominaba. Y eso me gustaba. Mi corazón suspiraba, rugía, chillaba, se estremecía, vivía, moría, resucitaba... Había encontrado un depredador más veloz y feroz que yo. Era demasiado avariciosa, quería más. Antes de salir, dijo: “Hasta la próxima”. Iba a haber una próxima. Por primera vez, alguien se me adelantó en la huida y regresó a casa con la cartera llena.

Al día siguiente, el mismo procedimiento. El mismo local sofisticado. El mismo cóctel. El mismo piso. Con otro traje. Otro rolex. Otras sábanas negras, siempre negras. Otros mordiscos. Otra carrera... Se convirtió en una adicción. Le acompañé a muchos viajes de negocios y adoraba ser su nuevo rolex. Yo era tan perfecta en ese ambiente de puros y peces gordos, tan deliciosa para sus colegas. Una manzana prohibida, porque yo era suya. De nuevo, me hacía crujir, sudar. Corríamos sin salir de la cama. Y al acabar, siempre antes del portazo murmuraba: “Hasta la próxima”. Aunque la próxima fuera al día siguiente. Nunca dormíamos juntos. Competíamos en un juego de depredadores en el que ambos éramos expertos, tanto en la habitación como en los negocios. Él era tan ladrón y embustero como yo. Me llenaba de regalos caros que me mantenían siempre a la sombra. Sin darme cuenta, había pasado de lobo a conejo. De utilizar a ser utilizada. Sí, yo era solo suya, pero él al volver a casa no era solo mío. Ayer la trajo al local. Era una realidad a la que yo no tenía acceso. Parecía buena, tan diferente a nosotros. Era buena.

Mismo procedimiento. Mismo hombre. Misma ladrona. Le preparo un coñac con un regalito dentro. Me dejo hacer y lo disfruto sabiendo que, por mi salud, esta es la última vez. Se duerme nada más acabar. Cojo la cámara escondida que nos ha gravado, su tarjeta bancaria y el portátil. Hago las transmisiones. Mitad y mitad de su gran fortuna. Junto a la mitad de su mujer le envío quince segundos del vídeo donde no se me reconoce. Elimino las pruebas. Supongo que al final un ladrón siempre es un ladrón. Es un pena que no pueda quedarme para ver su cara.

Antes de irme le dejo una nota en el interior de la cartera vacía que pone: “Hasta la próxima”.

Alicia Salazar

No hay comentarios: