En un mundo de acero
existe otro paralelo, frío y crudo con un ritmo distinto. Mi mundo.
Algunos me llaman Shasha, otros Colette, otros Lyla... Soy una
ladrona. Robo porque es lo único que sé hacer. Robo por y con
placer. Escojo uno que aparente tener recursos, sin importar la edad
o si lleva alianza, y una vez captada su atención, les susurro al
oído: “Esta es tu noche de suerte”. Lo demás viene solo... Es
rápido: No hay necesidad de hablar, no me importa de dónde vengan y
no necesitan una clave porque estoy desbloqueada. Cuando se dan
cuenta están solos y con los bolsillos vacíos ¿Remordimientos?
¿Qué es eso?
Pero un día cambió
todo. Buscaba una nueva presa cuando él apreció por la puerta,
pidió su cóctel y me atacó antes de que yo pudiera hacerlo. Era
atractivo, llevaba anillo, traje, rolex y de edad aceptable ¿qué
podía perder? Él tenía un pisito solo para estas ocasiones. Sus
labios sabían a cereza por el cóctel. Cada vez que abría los ojos
solo veía esas sábanas negras luchando contra nuestros cuerpos.
Nunca nadie me había hecho temblar como él. Me atravesó entera.
Sus garras recorrían mi cuerpo mientras me mordía el cuello
devorándome. Porque él no me acariciaba, me exprimía. No me
sujetaba, me ataba. No me acompañaba en la carrera, me dominaba. Y
eso me gustaba. Mi corazón suspiraba, rugía, chillaba, se
estremecía, vivía, moría, resucitaba... Había encontrado un
depredador más veloz y feroz que yo. Era demasiado avariciosa,
quería más. Antes de salir, dijo: “Hasta la próxima”. Iba a
haber una próxima. Por primera vez, alguien se me adelantó en la
huida y regresó a casa con la cartera llena.
Al día siguiente, el
mismo procedimiento. El mismo local sofisticado. El mismo cóctel. El
mismo piso. Con otro traje. Otro rolex. Otras sábanas negras,
siempre negras. Otros mordiscos. Otra carrera... Se convirtió en una
adicción. Le acompañé a muchos viajes de negocios y adoraba ser su
nuevo rolex. Yo era tan perfecta en ese ambiente de puros y peces
gordos, tan deliciosa para sus colegas. Una manzana prohibida, porque
yo era suya. De nuevo, me hacía crujir, sudar. Corríamos sin salir
de la cama. Y al acabar, siempre antes del portazo murmuraba: “Hasta
la próxima”. Aunque la próxima fuera al día siguiente. Nunca
dormíamos juntos. Competíamos en un juego de depredadores en el que
ambos éramos expertos, tanto en la habitación como en los negocios.
Él era tan ladrón y embustero como yo. Me llenaba de regalos caros
que me mantenían siempre a la sombra. Sin
darme cuenta, había pasado de lobo a conejo. De utilizar a ser
utilizada. Sí, yo era solo suya, pero él al volver a casa no era
solo mío. Ayer la trajo al local. Era una realidad a la que yo no
tenía acceso. Parecía buena, tan diferente a nosotros. Era buena.
Mismo procedimiento.
Mismo hombre. Misma ladrona. Le preparo un coñac con un
regalito dentro. Me dejo hacer y lo disfruto sabiendo que, por mi
salud, esta es la última vez. Se duerme nada más acabar. Cojo la
cámara escondida que nos ha gravado, su tarjeta bancaria y el
portátil. Hago las transmisiones. Mitad y mitad de su gran fortuna.
Junto a la mitad de su mujer le envío quince segundos del vídeo
donde no se me reconoce. Elimino las pruebas. Supongo que al final un
ladrón siempre es un ladrón. Es un pena que no pueda quedarme para
ver su cara.
Antes de irme le dejo una
nota en el interior de la cartera vacía que pone: “Hasta la
próxima”.
Alicia Salazar
No hay comentarios:
Publicar un comentario