–¿A
dónde fuiste, pequeño? ¿Dónde podré buscar ahora tus pasos
lentos, tu suave mirar? ¿Por qué ha de ver una madre como su
propio hijo se marcha entre sus brazos? ¡Dame una señal en este
instante de desesperación que ilumine mi amargo mirar! Pues en esta
noche todas las estrellas huyeron buscando una compañía mejor.
Nadie te busca ya, ninguna persona te dañará, ahora estás entre
mis brazos; como antes. Tu respiración es invisible a nuestros
corazones, tus pulsaciones guardan silencio, pero en ti tienes la mecha que nunca más brillará en mi mirada.
»Para
el resto de la humanidad eras un monstruo, una bestia de sangre
gélida y cortante aliento; la pesadilla que se alimenta de los
sueños. Pero para mí siempre serás mi niño. En tu difunto rostro
veo tu feliz infancia, tus ensoñaciones que convertías en realidad.
Te vas callado, como volviste aquel día, con la mirada perdida que
mi llanto no consiguió ver.
»Desde
entonces fuiste alguien diferente, alguien que nunca más reconocí.
Me creí cada una de tus excusas, dije que sí a tus alocados planes;
tan solo quería recuperar al chico que había dentro de ti. Pero la
luna menguó y jamás volvió a crecer. Duerme, que nadie más te va
a despertar en esta pesadilla.
»“La
justicia actuó prudentemente”. “La sociedad no podía convivir
con un individuo así”. “La reinserción estaba completamente
descartada.” ¡Pero cuantos titulares tuve que soportar! ¿Por qué
tienen el hombre que jugar a ser Dios? Yace ahora todo el peso de la
ley en tu sangre, los portavoces de la justicia divina dictaminaron
tu destino y te otorgaron a los brazos del ángel caído. ¿Pero qué
fue lo que provocó tus delirios de grandeza que hoy provocan tu
muerte?
Fue
entonces cuando, entre los golpes que el amor robado provocó, pudo
ver en su piel, oculto por su cabello, un tatuaje que nunca antes
observó en él. Sus iniciales eran claras, y desvelaba todo el
misterio que había creado las locuras en la mente de su hijo. Las
piezas del rompecabezas encajaron, de pronto, como por arte de magia.
Y preguntándose cuan ciega había estado durante todos estos años
salió corriendo para gritar al mundo la atrocidad que había
cometido arrebatándole la vida a su primogénito.
Sin
embargo, el sonido de una bala silbó todo su trayecto para
introducirse sin dificultades en el cráneo de aquella mujer. Su
última visión fue la figura del coronel con el olor a pólvora en
la mirada y el instinto de asesino en la mano derecha. Pese a todo,
su último pensamiento no le fue dedicado, sino que consiguió
percatarse que moriría junto a su hijo.
Drizzt
Beleren
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