miércoles, 26 de noviembre de 2014

El juego de ganar

Jack lanzó la bola con su palo de golf tan alto que, por un momento, tapó el sol justo antes de caer. Pero no importaba, en nuestro mundo no solía brillar demasiado el sol. Supongo que los cínicos que me rodeaban no necesitaban explicaciones de lo que pasaba en ese momento, lo que pasó o lo que podía pasar. Era mejor mantenerlo así, en secreto. Sshhhh. Había miradas que decían más que las palabras y palabras que no decían todo lo que debían decir. Ese era el juego, un juego con demasiadas reglas, y si alguien se saltaba una por pequeña que fuera... perdía.
-Tu turno, Tracy-me dijo mi jefe satisfecho por su impresionante lanzamiento.
Sus ojos me retaban a superarle pero, por supuesto, no solo en el golf. Riqueza. Eso era lo único que veía él y el resto de los escogidos para asistir a la reunión de aquel fin de semana. Sabía que en esos dos días de negocios, el futuro de todos estaba en juego sobre la mesa de aquella casa de campo de la empresa, y junto a él mucho, mucho, mucho dinero. La avaricia no tiene límites. Por supuesto que deseaba un gajo del tesoro pero yo quería más que eso. Reconocimiento. Se me había negado ir más allá en proyectos tecnológicos que se suponía que yo dirigía y que finalmente nunca era así. Estaba harta de ser un títere. Todos teníamos mucho que ganar y demasiado que perder.

De repente llegó un helicóptero cerca de donde nos hallábamos. Harry Berwster, el hermano pequeño de Jack, socio mayoritario y director administrativo principal. Atractivo, rico, educado, correcto e impresioantemente inteligente. Puede que el mundo de la tecnología aeroespacial no fuera lo suyo y se lo dejara a su hermano, pero él era el mejor estratega empresarial. Siempre lo admiré. En una ocasión, incluso, llegó a escuchar mi propuesta y a apoyarla, sin embargo, no estaba solo en su mano que se llevara a cabo y mi proyecto quedó en el olvido. Alguien saldría herido al acabar el domingo y si había una guerra entre los dos hermanos, yo estaría en su bando.

Tras su perfecta entrada, todos fuimos a prepararnos para la elegante cena. Al llegar al gran salón, cada uno de los invitados, nos sentamos en nuestro sitio indicado por una nota con nuestro nombre sobre los platos. Finalmente ambos hermanos aparecieron a tiempo para el primer plato. Durante la cena todos hablamos de los beneficios hasta ahora alcanzados y de los que podríamos conseguir. Jack quería firmar un acuerdo para adquirir los mismos materiales con los que estábamos trabajando pero por la mitad del precio por el que pagábamos. Harry y yo cruzamos una mirada y supe que él también dudaba de la calidad de dichos recursos, los que su hermano aseguraba que eran exactamente igual. Harry propuso comprar el nuevo material que se estaba probando y obteniendo resultados increíblemente buenos y que nos permitiría mejorar nuestros producto, el cual yo le había mencionado meses atrás. Él y yo proponíamos lo mismo. Innovación. Entonces supe por qué y por quién estaba allí. Jack no estaba dispuesto a pagar un poco más por un material del que no se aseguraba que diera sus frutos. Después del debate entre todos y la fuerte discusión de los dos jefes, nos retiramos a nuestras habitaciones.

Antes de llegar a la mía escuché a Jason, el perrito faldero de Jack, hablando por teléfono sobre unos nuevos movimientos de su amo que acabarían con su hermano. No alcancé a escuchar de qué se trataban. Intenté hablar con Harry pero no lo encontré en su cuarto así que le pasé por debajo de su puerta la nota con mi nombre de la cena en la que le escribí el aviso. Al día siguiente, domingo, me dormí. Cuando llegué ya había pasado todo. Jack no solo trataba de hacer negocios por materiales defectuosos más baratos sino que intentó arrebatarle su parte de la empresa a Harry, pero este, enterado de la traición y los planes de su hermano, sacó a la luz sus trapicheos y le obligó a darle toda la empresa si no quería rendir cuentas con la justicia por acciones similares del pasado que no contaron con su consentimiento y de las que no tuvo conocimiento hasta entonces.


Al llegar al avión privado, Harry Brewster me dio la mano para ayudarme a subir la escalera, me guiñó un ojo y pasó mi misma nota doblada a mi mano. Me senté en mi asiento y leí el otro lado del papel: “La verdad siempre sale a la luz. Gracias por mostrármela”.

Alicia Salazar

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