martes, 4 de noviembre de 2014

Pequeñas desequilibradas.

Te sientas, coges la sopa con pocas ganas esperando que esta vez haya poca para irte lo antes posible a tu cuarto y poder huir de todas las miradas acusadoras que ese día no han parado de recordarte todas las obligaciones que tienes y todas las tareas sin acabar... Se amontona y no sabes cómo hacerle frente...

Pero de repente llegan ellas... Esas cuasi-hermanas que siempre tienen una nueva historia trambolica que contarte. Que quieren compartir contigo cualquier cosa absurda que os haga estaros tres semanas sin parar de repetir la broma, misma y pesada, pero por la que habéis llegado a derramar lágrimas. Que saben con una mirada o una frase que es un “dia de esos" en los que mejor no picar mucho no vaya a ser que haya gritos. Que saben leer mis verdaderas emociones, que cuando yo afirmo "no estoy pillada, solo un poco atontada" ellas saben que les miento y por qué lo hago y no saben como aguantarse la sonrisa de condescendencia. Que casi me salvan de una muerte inminente (o de una pérdida de dignidad flequíllica). Que han salvado a gatitos indefensos y han peleado con leones. Que me han abrazado cuando era necesario, y cuando no, también. Que me han enseñado otras formas de ver la realidad. Que me han demostrado que el cariño se demuestra día a día, o nota a nota. Que me han hecho ver que mis inquietudes no son solo temporales ni estúpidas sino compartidas.

Que me han dado mil momentos, mil sonrisas, mil abrazos, mil lágrimas y mil anécdotas. Y más.

Que yo hace 3 años tuve que abandonar el que había sido mi hogar durante 18 años, alejarme de la estabilidad que ofrece la familia y la rutina diaria, las costumbres y los rituales. Y aunque sí, supuso renunciar a muchos abrazos, besos y escuchas en un sofá calentito y cómodo... Supuso ganar a un puñado de personas que no caben en mi corazón, que se han convertiro en mi verdadero hogar, personas dispuestas a dar cariño, risas o borracheras en cualquier momento. Y, especialmente, he ganado a unas cuantas desequilibradas que ahora, no sé cómo (ni ellas lo saben) siguen caminano de mi mano. Convirtiéndose en mi calidez al llegar a casa, en mi sofá y manta, en mi chocolate con churros un domingo con nieve, en mi pequeña familia.



No hay comentarios: