domingo, 23 de noviembre de 2014

Decepción

Soy un observador. Condenado en un mundo de roña a mantenerme lo más limpio posible. Por eso observo, porque no quiero mancharme demasiado. ¿Y qué observo? En estos instantes observo desde mi disimulada esquina a una pareja. Parecen felices en su mediocre vida. Sus vidas estarán llenas de las mismas rutinas estereotipadas que crecen como hiedra venenosa plantada con mala saña, que te atrapan desde la infancia y ya no te sueltan hasta que no es demasiado tarde. Ahora veo como la chica marcha hacia los servicios, quien sabe si atada por las necesidades físicas que nos ensucian a todos. Él mientras ella se va la mira fijamente, y, apenas ha desaparecido por el pasillo que lleva a los baños, vuelve la cabeza hacia derecha e izquierda y se inclina hacia delante para coger el teléfono móvil que reposa en en la parte de la mesa que ha ocupado ella. Movido por deshonestos pensamientos que asedian nuestra pureza, ojea frenéticamente el móvil, mirando frecuentemente el hueco por el que sabe que aparecerá ella en un tiempo incierto. El husmeo le deja absorto el tiempo suficiente para que la chica que ha salido del excusado con prisas vea su torpe intento de ocultarlo. Gritos y más gritos. Una escena desagradable de la que huyo saliendo por la puerta de la cafetería. Un ejemplo en bandeja de plata (oxidada) de mi opinión sobre el resto de la humanidad.
Conforme ando pensativo por las ruinosas calles, veo el cielo emborronado de un sucio gris, como cada esquina de la ciudad. Como cada resquicio de mundo tocado por el hombre. Con sus vicios, su egoísmo y su ignorancia. Acabará pudriéndose todo, y yo estaré para verlo. Mi mirada se cruza con la de un hombre, uno de los míos. Recubierto de ropas rotas y sucias, está limpio por dentro. Sobrevive entre la suciedad sin que ella entre en su alma. Una mujer con ropas caras y tacones de escándalo se acerca mientras habla por un teléfono enorme. Cuando llega a su lado deja caer unas monedas con un gesto que podría interpretarse de ligero desprecio. Instantes más tarde sigue su alegre y vacía cháchara, sin contenido. Está corrompida hasta la médula. Me da pena. Algo en mí se rompe cuando veo al señor agacharse a coger las monedas. Qué decepción. Ya no hay nada que esté a la altura.
Cada vez veo menos indicios de que el mundo merece la pena. A veces pienso que debería dejar de ser un observador pasivo y que debería tratar de arreglarlo, pero... ¿alguien me lo agradecería? Me tacharían de loco y de extremista. Tardarían demasiado en darse cuenta de la verdad. Son demasiado imbéciles para reconocerla cuando la tienen enfrente de la cara. Tampoco creo que merezcan ser salvados. Cuando se mueran de hambre y de asco, ahogados por su propia inmundicia, pedirán ayuda. Y no les ayudaré. No purgaré sus almas. Pues no tardarán ni medio segundo en volver a ensuciarla con grotescas insignificancias. Sólo observaré desde mi esquina. Limpio y puro. Con una sonrisa de suficiencia. Y quizás entonces lo entiendas.

MELO

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