domingo, 9 de noviembre de 2014

Calor de hogar

Cansado, levantó la vista hacia el cielo estrellado. El manto oscuro y profundo no le reconfortaba, le sobrecogía y le hacía sentir pequeño y perdido en un inerte mar. Se encogió un poco más en sí mismo y trató de aprovechar todo lo que le permitía aquella vieja manta. Sabía que no podría durar mucho más así. Estaba empezando el invierno.

Trató de desviar sus pensamientos hacia momentos mejores. Momentos en los que tenía un lugar al que poder volver sin preocuparse por nada, sabiendo que le esperaría caliente la cena al llegar. Recordó el fuego de leña crepitando en el salón, mientras él lo observaba como si de un baile hipnótico se tratase. Eso sí que le reconfortaba.

La vida había sido sencilla por aquellos días. Sin muchas más preocupaciones que las de ayudar a cortar leña y en otras tareas que su madre no podía realizar con la misma facilidad. Eran buenos tiempos.

Luego vinieron los malos momentos. A las dificultades de mantenerse en un pequeño pueblo le siguieron cambios drásticos. La mudanza fue horrible. Irse a vivir a un pequeño piso rodeado de sucio asfalto y grandes edificios llenos de gente y escasos en humanidad fue demasiado para él. Cambiar las rutinas y acostumbrarse fue peor todavía que el hecho de mudarse. Odiaba la sensación de comer y dormir en un sitio que no sentía su hogar, que le causaba esa incomodidad. A veces se despertaba y no reconocía lo que tenía alrededor. A veces por un instante pensaba que volvía a estar en su casa en el pueblo y eso le hacía sonreír. Al menos por un instante.

Lo peor de todo es que la cosa no mejoró. Su madre empeoró bastante con el aire de la ciudad. Y si ya les era difícil aprender a moverse en su nueva vida, rodeados de gente pero no de amigos ni de ayuda, esto lo terminó de estropear. Necesitaba de respirador cada vez más tiempo, y al final él se vio superado por todo. Tuvo que llevar a su madre a la casa de unos parientes lejanos, que aceptaron con recelo esa ayuda obligada por consanguinidad. Él buscó la manera de ayudar y mejorar la situación, pero sus esfuerzos se estrellaban contra los fríos muros de la ciudad.

Cuando ingresaron a su madre en el hospital no lo pudo aguantar. Él, fuerte como su madre le había enseñado a ser, se rompió. La vida empezó a tener un color gris, que lo volvió todo igual de insípido e insignificante. Los médicos le decían que estaba empeorando muy rápido, que no pintaba bien. ¿Quién en su sano juicio pintaría algo de color gris?

Sus ojos se volvían vidriosos mientras recordaba esto. Así había empezado todo. Al principio como una idea loca que nunca llegaría a pasar. Un acto que sólo la desesperación podría encadenar a la realidad. Trato aferrarse a su madre como lo único que le mantenía unido a aquella vida de felicidad. Cuando ella se fue, se quedó abrazado a la nada y dejó de pensar. Esa idea fue haciéndose cierta conforme empezó a caminar.

Se secó las lágrimas intentando no perder mucho calor con el movimiento. Tampoco le debía quedar mucho para llegar. Cuando llegara allí ya vería lo que haría. No sabía si su casa estaría ocupada u oscura y olvidada. No sabía realmente ni si estaba bien encaminado. Él sólo había echado a andar movido por un único motivo. Quería volver al sitio en el que fue feliz. Quería volver a su hogar.

Empezó a temblar. Estaba siendo la noche más fría hasta el momento y no conseguía dormir ni dejar de recordar. Se había refugiado como había podido cerca del camino, pero no parecía suficiente, pues una brisa fría se colaba por los agujeros de la vieja manta y le robaba la calidez. Se obligó a pensar que estaba en el viejo sillón de su casa. Y que aquel fuego crepitante le dejaba la piel tan caliente que parecía que le iba a quemar. Cómo echaba de menos esa sensación...

...

Esa noche hubo heladas. Entre escalofríos él se fue adormeciendo, recordando el calor de
su hogar. Fue así como lo encontraron días después, encogido en un árbol con su manta y con una leve mueca de felicidad. Murió soñando que volvía a casa, y allí se quedará.

MELO

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