Nuestro camino continúa. Vamos en
ruta hacia el siguiente pueblo que nos oirá cantar. Me tiemblan las piernas y
tengo nauseas. Están siendo unos días raros con los chicos. Guille no dice
nada, solo compone con su guitarra. Dice que siempre hace mierdas pero su
música despierta sensaciones en mi cuerpo que pocas otras lo han conseguido.
Juan se está perdiendo. Desde que
salimos de casa de ese buitre carroñero me evita, bebe más que nunca y la
cocaína es su mejor compañera después de cada concierto. Me siento mal, creo
que es culpa mía pero no consigo entender qué hice mal.
Es viernes por la noche y toca
actuar. Una sala pequeña y oscura es nuestro escenario divino de hoy. Montamos
el equipo y probamos sonido. Hoy Juan ha decidido empezar con la droga antes
del concierto y no puede consigo mismo. Me enfado, le grito y le humillo. Me he
cansado de intentar complacerle y que él, sin tan siquiera hablarme, me sonría
y de otro sorbo a su Whisky.
Hoy seremos uno menos en el
concierto. No importa me dice Guille, todo saldrá genial. Decido olvidar por
dos horas a Juan y sacar lo mejor de mi misma. A las 3 de la madrugada acaba
nuestro concierto, uno mediocre pero nadie lo ha notado. Bajo del escenario y
en la última mesa del bar está Juan con su guitarra, haciendo que toca. Me
acerco a él y le sonrío, no puedo estar enfadada con él.
Ni siquiera me mira, ni siquiera me
ve. Decido irme a la cama, esta noche debe acabar. Cansada de dar vueltas en la cama
miro el reloj, son las seis de la mañana. No puedo dormir. Los chicos no han
vuelto y siento que les ha podido pasar algo. Decido salir en su búsqueda. A
estas horas ya casi no hay nadie en la calle y el sol no tardará en salir. Después
de meses sin tener nada claro excepto mi amor por la música siento que mi
corazón empieza a bombear.
Respiro hondo. Mi cabeza da vueltas,
vuelvo a tener nauseas. Llevaba tiempo ignorando que estaba enamorada de él, de
Juan. Tengo que encontrarle. Deseo darle un beso.
Llamo varias veces a los chicos al
móvil. Nadie responde. ¿Se habrán olvidado de mí? De repente tengo un mal presentimiento,
algo malo ha pasado, lo sé, lo siento. Mi cuerpo se paraliza al pensar que ha
podido ser Juan, intento correr pero no puedo.
Cuando estoy a punto de echarme a
llorar recibo una llamada de Guille. Con una voz extremadamente suave y triste
me dice que ha pasado algo. Me pregunta donde estoy para venir a buscarme.
Quince minutos eternos espero casi
sin poder respirar hasta que diviso nuestra furgoneta. Me subo y sin decirme
nada Guille me lo está diciendo todo. -¿Qué coño ha pasado?- le pregunto. –Es Juan,
está grave- dice el casi llorando. La rabia me invade el alma y el corazón se
me quiere salir de la boca. En mi mente retumba la misma frase: Es Juan, está
grave.
Paramos en la puerta del hospital,
bajo corriendo de la furgo esperando que mi llegada le haga ponerse bien.
Guille me lo ha contado todo en el camino. Aún recuerdo sus palabras: “Juan
lleva enamorado de ti desde hace tiempo. El día que estuvimos en casa de ese
músico le destrozaste el corazón, ya sabes, empezó a darle fuerte a las drogas.
Hasta hoy. Se ha pasado con la dosis. No saben si saldrá de esta”.
Me toco las mejillas, estoy llorando.
Agarro a Guille de los hombros y le digo que amo a Juan, que salí esta mañana a
buscarle para decirle que aunque es tarde, me he dado cuenta de que no puedo
vivir sin él.
Guille está frío como el hielo. Creo
que no me escucha. De repente por megafonía llaman a los familiares de Juan
Álvarez. Entramos en la habitación. Está despierto. Me acerco a la cama, el
cojo de la mano y nos miramos. De mi boca sale un te quiero. Me mira, le miro…
Los dos nos sonreímos como hacíamos antes después de cada concierto.
Sarasvati
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