Dos
pasos hacia delante y uno a la derecha. Giro, atrás y vuelta a
empezar. En sus ojos, el reflejo de sus miedos, ya viejos, sigue
brillando como el primer día. Juntos, a lo largo del camino,
supieron calmarlos. Dos pasos atrás, giro a la izquierda; la música
no para de sonar.
Las
faldas de su vestido azulado seguían volando al son del compás,
como el primer día. Sus tacones, ahora más pequeños, marcan el
ritmo que a él siempre le faltó, haciéndole latir el corazón. Se
separan, le vuelve a abrazar como si hubiese pasado una eternidad;
esta vez, un poco más fuerte. Sonríe mostrando su alma oxidada,
llega la parte difícil.
Recuerda
como, esclavo de sus andares, la buscó por las calles y, tras ella,
entró en aquel bar. La música se adueñaba del aroma, las
constelaciones se postraban ante su contoneo y él; él tan solo pudo
dejarse enamorar con cada segundo que moría. Pocos son los que caben
en toda una vida. Giro doble, paso atrás y sus brazos subiéndola
hasta los cielos.
La
rutina se convirtió en afición, y la afición en temblorosos pasos
que nunca habían tenido claro su destino. Pero las hojas de los
árboles cayeron llevándose consigo los fríos copos del invierno
hasta hacer morir a la primavera. Acariciándose sus madrugadas
continuaban con el vals de la vida, enseñándose el uno al otro.
Barrieron juntos los sueños rotos, y edificaron sus castillos de
besos y locuras. Ella aprieta su mano, quiere volver a empezar, desea
que nunca pare la música.
Surcó
el tiempo las arrugas de sus experiencias, esquivaron el dolor
bailando entre las penas y el pesar del futuro. Breve, como este
vals, se les escaparon los días de sus manos; pero el amor siempre
perduró, siendo la melodía que unía sus sonrisas. El dolor de pies
no sirve, y él vuelve a empezar.
Pocas
notas le quedan ya a esta canción, que es en su recta final cuando
más se disfruta. Por eso, ahora es cuando más fuerte se abrazan
ellos dos. Atrás quedaron pasos equivocados, horas girando el uno
sobre el otro, estrellas contadas desde su cama. Él cree que siempre
fueron felices, y ella lo sabe. Dos pasos a la derecha, media vuelta
y un beso inesperado.
Bailando
esquivaron la soledad y la muerte les espera dirigiendo la orquesta.
Drizzt
Beleren
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