El sabor seco del aire empapaba el sudor que
desbordaba su piel a medida que los pasos iban sumándose, uno a uno. En su mano
derecha portaba con la brecha de su destino, una sola acción. Era necesario
limpiar la zona, no se podían permitir que un pequeño fallo tirase por tierra
el entramado engranaje que movía los hilos de sus vidas. Todos luchaban por
elevar a la luz al lugar correspondiente. Habían sido traicionados.
Por cada metro avanzado, su cabeza recomponía
los segundos muertos, los minutos desechados, los días perdidos, las semanas
abandonadas. Hacía trece años aquella mirada angelical se apareció ante ellos,
era el elegido. La luz, omnipotente e implacable, había elegido caprichosamente albergar en el alma de aquel infante toda su pureza. La personificación había
sido adjudicada. Sin embargo, en los ojos claros no se veía más que el miedo
entre el cristalino azul que los enjuagaba.
Aprendió paso a paso a interiorizar su poder, a
caminar entre el brillo de las estrellas, a mutar su físico; todo aquello con
el objetivo de hacer habitable su cuerpo. Seis meses después marchó. Su
intensivo entrenamiento fue fructífero. Un par de llamadas, tres sobres y
cuatro regalos; suficiente para que nadie investigase sobre el vacío que
existía en derredor a su desaparición. Todas las altas esferas estaban podridas. Pero algo falló. Años después en su
interior se despertó una bestia, un monstruo imposible de controlar algo que ni
la misma luz creía posible, algo a lo que nadie se atrevía a hacer frente.
¿Qué activó la maldad de su ser? ¿Qué provocó el
fracaso tras meses de trabajo? ¿No era el elegido? Traicionó la bondad de la
luz, y ahora era prácticamente imparable. Pero nada que ellos no pudiesen
eliminar. Nadie podía escapar de sus invisibles rejas, y pronto los grilletes
bloquearon su libertad. Era un cuerpo totalmente innecesario, debían deshacerse
de él; sin embargo, aún quedaba un cable sin hilar, una herida sin coser.
Dos pasos más, giro a la izquierda y atravesar
la puerta que lo separaba de su cometido. Apuntó, la vio llorando junto al
cadáver del experimento fallido y, tal y como se habían temido, observando la
marca de la luz… Se volvió, no hubo tiempo para reflexiones. Y el gatillo
finalmente colocó la pieza perdida del puzle, dejando un charco de vergüenza
que un posible suicidio explicaba a la perfección. Dejó el arma en su inerte mano y se marchó
mirando al cielo, preguntándole si había hecho lo correcto.
Drizzt Beleren
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