lunes, 24 de noviembre de 2014

Lágrimas II

El sabor seco del aire empapaba el sudor que desbordaba su piel a medida que los pasos iban sumándose, uno a uno. En su mano derecha portaba con la brecha de su destino, una sola acción. Era necesario limpiar la zona, no se podían permitir que un pequeño fallo tirase por tierra el entramado engranaje que movía los hilos de sus vidas. Todos luchaban por elevar a la luz al lugar correspondiente. Habían sido traicionados.

Por cada metro avanzado, su cabeza recomponía los segundos muertos, los minutos desechados, los días perdidos, las semanas abandonadas. Hacía trece años aquella mirada angelical se apareció ante ellos, era el elegido. La luz, omnipotente e implacable, había elegido caprichosamente albergar en el alma de aquel infante toda su pureza. La personificación había sido adjudicada. Sin embargo, en los ojos claros no se veía más que el miedo entre el cristalino azul que los enjuagaba.

Aprendió paso a paso a interiorizar su poder, a caminar entre el brillo de las estrellas, a mutar su físico; todo aquello con el objetivo de hacer habitable su cuerpo. Seis meses después marchó. Su intensivo entrenamiento fue fructífero. Un par de llamadas, tres sobres y cuatro regalos; suficiente para que nadie investigase sobre el vacío que existía en derredor a su desaparición. Todas las altas esferas estaban podridas. Pero algo falló. Años después en su interior se despertó una bestia, un monstruo imposible de controlar algo que ni la misma luz creía posible, algo a lo que nadie se atrevía a hacer frente.

¿Qué activó la maldad de su ser? ¿Qué provocó el fracaso tras meses de trabajo? ¿No era el elegido? Traicionó la bondad de la luz, y ahora era prácticamente imparable. Pero nada que ellos no pudiesen eliminar. Nadie podía escapar de sus invisibles rejas, y pronto los grilletes bloquearon su libertad. Era un cuerpo totalmente innecesario, debían deshacerse de él; sin embargo, aún quedaba un cable sin hilar, una herida sin coser.

Dos pasos más, giro a la izquierda y atravesar la puerta que lo separaba de su cometido. Apuntó, la vio llorando junto al cadáver del experimento fallido y, tal y como se habían temido, observando la marca de la luz… Se volvió, no hubo tiempo para reflexiones. Y el gatillo finalmente colocó la pieza perdida del puzle, dejando un charco de vergüenza que un posible suicidio explicaba a la perfección. Dejó el arma en su inerte mano y se marchó mirando al cielo, preguntándole si había hecho lo correcto.


Drizzt Beleren

No hay comentarios: