miércoles, 19 de noviembre de 2014

Una vieja gloria

Las primeras notas de la guitarra son gloria para mis oídos. Sus descoordinadas voces gritando nombre son más estimulantes que cualquiera de mis vicios. El escenario y el micrófono que me permiten mantener todavía vivo al viejo rock son la única razón por la que yo también sigo aquí.

Las personas que de verdad me conocen me suelen llamar por otros nombres: Idiota, cabrón, creído, irresponsable, loco... Dicen que soy demasiado mayor para seguir comportándome como si tuviera dieciocho años, que es hora de hacerme responsable de mi actos, que deje de gastar más de lo que gano, que abra de una vez los ojos... Pero no quiero. El mundo real es para aquellos que no tienen la oportunidad de soñar despiertos más de un segundo para volver a concentrarse en su duro trabajo. Yo puedo hacer el mío con los ojos cerrados, así soy capaz de tocar la música con la yema de mis dedos, transmitirla fuera de mí aun mejor y volver a cerrarlos cuando acabe mi bourbon.

Yo nací para perseguir a esas musas que me ayudan a componer nuevas canciones, para emborracharme con un solo de batería, para fumarme lentamente cada una de sus sonrisas, para perder el control con cada uno de mis clásicos, para tirarme sobre una multitud y... Sentirme libre.

Sé que soy un privilegiado por escapar de esa pesadilla a la que el resto suele llamar la vida real, pero es que la mía me gusta más, aunque digan que solo existe en mi cabeza. Solo tienen envidia de mi éxito, por eso me denominan como “una vieja gloria”. Sin embargo, ellos nunca visitarán todos esos lugares donde he compartido una parte de mí, ni verán tantos ojos brillantes por una melodía como yo.


Nunca lo reconoceré ni se lo diré a nadie, pero debajo de esta arrugada expresión de satisfacción, hay un alma cansada que carga con los restos de la porquería que me ha dejado de regalo toda la degeneración que me provoqué durante tantos años. A veces envidio a esos ancianitos que disfrutan de un momento de paz al rededor de una gran familia. Quizás mis delirios de grandeza acabaron haciendo que me arrastrara en la miseria. Soy algo peor que la imagen de triunfo que captan los flashes, pero este es el secreto que me llevaré a la tumba. Mientras a mi cuerpo le queden fuerzas para dar guerra y mi garganta me lo permita, continuaré de pie en los escenarios. No conozco la palabra retiro. Y seguiré ahí porque cuando me pregunten en mi lecho de muerte de qué me enorgullezco diré: “De haber vivido”.

Alicia Salazar

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