Las primeras notas de la
guitarra son gloria para mis oídos. Sus descoordinadas voces
gritando nombre son más estimulantes que cualquiera de mis vicios.
El escenario y el micrófono que me permiten mantener todavía vivo
al viejo rock son la única razón por la que yo también sigo aquí.
Las personas que de
verdad me conocen me suelen llamar por otros nombres: Idiota, cabrón,
creído, irresponsable, loco... Dicen que soy demasiado mayor para
seguir comportándome como si tuviera dieciocho años, que es hora de
hacerme responsable de mi actos, que deje de gastar más de lo que
gano, que abra de una vez los ojos... Pero no quiero. El mundo real
es para aquellos que no tienen la oportunidad de soñar despiertos más de un
segundo para volver a concentrarse en su duro trabajo. Yo puedo hacer
el mío con los ojos cerrados, así soy capaz de tocar la música con
la yema de mis dedos, transmitirla fuera de mí aun mejor y volver a
cerrarlos cuando acabe mi bourbon.
Yo nací para perseguir a
esas musas que me ayudan a componer nuevas canciones, para
emborracharme con un solo de batería, para fumarme lentamente cada
una de sus sonrisas, para perder el control con cada uno de mis
clásicos, para tirarme sobre una multitud y... Sentirme libre.
Sé que soy un
privilegiado por escapar de esa pesadilla a la que el resto suele
llamar la vida real, pero es que la mía me gusta más, aunque digan
que solo existe en mi cabeza. Solo tienen envidia de mi éxito, por
eso me denominan como “una vieja gloria”. Sin embargo, ellos
nunca visitarán todos esos lugares donde he compartido una parte de
mí, ni verán tantos ojos brillantes por una melodía como yo.
Nunca lo reconoceré ni
se lo diré a nadie, pero debajo de esta arrugada expresión de
satisfacción, hay un alma cansada que carga con los restos de la
porquería que me ha dejado de regalo toda la degeneración que me
provoqué durante tantos años. A veces envidio a esos ancianitos que
disfrutan de un momento de paz al rededor de una gran familia. Quizás
mis delirios de grandeza acabaron haciendo que me arrastrara en la
miseria. Soy algo peor que la imagen de triunfo que captan los
flashes, pero este es el secreto que me llevaré a la tumba. Mientras
a mi cuerpo le queden fuerzas para dar guerra y mi garganta me lo
permita, continuaré de pie en los escenarios. No conozco la palabra
retiro. Y seguiré ahí porque cuando me pregunten en mi lecho de
muerte de qué me enorgullezco diré: “De haber vivido”.
Alicia Salazar
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